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Actualizado: 25 de junio de 2025
Iban tras de él el caballerizo mayor y todos sus subalternos con no ménos premura que el primer eunuco tras de la perra, Dirigióse el caballerizo á Zadig, preguntándole si habia visto el caballo del rey.
De repente le asaltó el pensamiento del grave peligro que corrían las vidas de los amantes, y se arrojó con ímpetu del lecho. Vistióse á medias precipitadamente, como si fuese á ejecutar algún acto que exigiese mucha premura. Una vez vestido, quedóse inmóvil con la mano puesta sobre el pestillo de la puerta. ¿Adónde iba?
Y con este pensamiento confortante, el sueño tranquilo de los justos acudió de nuevo a mis sienes, y no me desperté hasta las nueve de la mañana. Vestime con premura y salí a la calle sin saber adónde iba, pero con la resolución incontrastable de ir a alguna parte. Por lo pronto, los pies me llevaron a casa del conde del Padul. El señor conde y la señorita vienen pasado mañana.
Está mala..., un síncope..., jaqueca fuerte... dijo Minghetti . Vamos corriendo a buscar a D. Basilio; le llama a gritos. Sube, hombre; corre; te llama a ti también; nunca la vi así... Esto es grave.... Sube, sube.... Y se lanzaron a la calle los dos emisarios, rivalizando en premura y celo.
Después de preguntarse por la salud y de unas cuantas frases superficiales, Tristán abordó con premura, pero en tono afectadamente sosegado, la magna cuestión que allí le conducía.
Esta dama varonil lo había tomado a él lo mismo que toman los hombres en momento de premura a una mujer de la calle.
Yo no quise hacerlo, aunque me invitaron con insistencia. La condesita me dijo al darme la mano: Váyase usted esta noche por el teatro y hablaremos. Comí con premura, me vestí y me eché a la calle en el momento en que entraba Villa. Le vi inmutarse, y me respondió, turbado, que había tenido que hacer en el cuartel.
Grande es mi deseo de contestar dignamente a dicho discurso; pero ni la premura del tiempo, ni las dolencias y graves disgustos, que en estos días me han aquejado, ni mi falta de serenidad y de paz interior, habrían de consentirlo, aunque la pobreza de mi erudición y la cortedad de mi entendimiento no lo estorbasen.
Si la premura era grande, hacía descolgar un tapiz, negociar una joya o pagar ciertos gastos con las piezas de su innumerable vajilla, cuyos platos, fundidos en las minas de América, hacían fácilmente las veces de monedas enormes. El era, sin embargo, harto sobrio.
Y cuando las ventanas de un lado quedaban libres de este testigo azul, las del lado opuesto estaban invariablemente ocupadas por él. Ojeda vio correr ante su mesa, con angustiosa premura, a una señora pálida que se llevaba un pañuelo a la boca. Luego pasó tras ella, apoyada en el brazo de un doméstico, una dama sexagenaria que hablaba en portugués con voz doliente.
Palabra del Dia
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