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Actualizado: 31 de mayo de 2025


En cuanto a Santa Teresa había concluido por no poder leerla; prefería esto al tormento del análisis irreverente a que ella, Ana, se entregaba sin querer al verse cara a cara con las ideas y las frases de la santa. ¿Y el Magistral? Aquella compasión intensa que la había arrojado otra vez a las plantas de aquel hombre ya no existía. Los triunfos habían desvanecido acaso a don Fermín.

Confieso que me hubiera agradado estar en el fondo de uno de esos agujeros; mas mi acompañante prefería estar al descubierto, tener anchuras, ver a lo lejos y sentir ante el campo libre. Hicimos bien, porque los cazadores se internaban en la selva. ¡Oh!

Se había olvidado de eso porque al volver de casa del señor Lammeter no había tenido que atravesar la aldea; en cuanto a salir a hacer compras por la mañana no había que pensar. La niebla estaba muy fea para salir; pero había cosas que Silas prefería a sus comodidades.

Marroquín, el velloso, no tomaba parte casi nunca en el juego; prefería apartarse un buen trecho de todos y sentarse sobre alguna piedra y entregarse a la meditación; últimamente había descubierto que el estudio servía de muy poco para ilustrarse; lo principal era pensar, meditar mucho. Ya hemos dicho que el cura mostró predilección por Miguel, apesar de su conducta nada ejemplar.

Muy raro era que Lita no quisiera que le contaran un cuento, porque prefería los cuentos a las golosinas, a los juguetes y hasta a los libros de estampas. Por eso su mamá se los contaba todos los días, inventando a veces algunos muy bonitos. Después de quedarse un rato pensativa, dijo Lita: Mamá, quiero que me digas quién es mi madrina...

Era el escritorio; el paraje más temible y peligroso de la comarca. Decía Paco Ruiz á sus amigotes del café que prefería ir á medianoche al cementerio á llegarse á las doce del día al escritorio de D. Marcelino.

En los teatros, para comunicarle cualquier noticia, pudiendo hablarle sin obstáculo alguno, prefería emplear un sin número de signos masónicos o señales misteriosas hechas con el abanico, los guantes, los gemelos o cualquier otro utensilio, de lo cual resultaba en ocasiones no poca confusión y perplejidad para Miguel.

Y si se atrevían á insultar á alguien con su pensamiento, era al extranjero, al miserable gachupín Maltrana, sentado en el sitio de honor. Castillejo prefería siempre la parte delantera.

Ella prefería a todo, recordándolos con entusiasmo, los jardines de Mabille y la Closerie des Lilas, donde había bailado el cancán en sus verdes años, muy por lo alto, y siendo a veces frenéticamente aplaudida.

Le horrorizaba el momento de una explicación, como él se complacía en llamar a la escena que preveía; pero la prefería, o tal se le figuraba, al estado de susto perpetuo, de excitación leporina en que vivía de día y de noche. En cuanto Emma le hablaba, o le miraba, o le mandaba a llamar, creía llegado el momento.

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