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Actualizado: 8 de junio de 2025


¿Y acaso no las tienes? ¡Si yo no creo que la fórmula definitiva de nuestra perfectibilidad consista en no tenerlas, sino en restringirlas sensatamente, hasta ponerlas dentro de los límites de nuestro destino o de nuestra capacidad, habituándonos a resignarse con esto!

Apenas se tomaba el trabajo de leer las cartas; no hacía más que examinarlas rápidamente y ponerlas a un lado. Así fuimos registrando un cajón tras otro hasta que vi en su mano un gran sobre azul, sellado con lacre negro, y que tenía el siguiente letrero, escrito por su padre: «Para que sea abierto por Mabel después de mi muerte. Burton Blair.» ¡Ah! murmuró casi sin resuello, ¿qué contendrá esto?

Quiso ponerlas cuarteando también, pero se pasó una vez porque el toro no arrancó. Volvió a cuartear y volvió a pasarse por la misma razón. De nuevo se fue hacia el toro, y otra vez se pasó. Entonces hubo cierto movimiento de impaciencia en el público; se oyó un silbido; esta fue la perdición del pobre mozo.

Entre las seguridades del Marenval presente y las reticencias del Marenval pasado había tal desacuerdo, que eran necesarias muchas palabras para ponerlas en armonía. Un orador mucho más elocuente que Marenval hubiera fracasado en tal empresa.

Con todo eso, imaginó que algún sabio, o ya amigo o enemigo, por arte de encantamento las habrá dado a la estampa: si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre las más señaladas de caballero andante; si enemigo, para aniquilarlas y ponerlas debajo de las más viles que de algún vil escudero se hubiesen escrito, puesto -decía entre - que nunca hazañas de escuderos se escribieron; y cuando fuese verdad que la tal historia hubiese, siendo de caballero andante, por fuerza había de ser grandílocua, alta, insigne, magnífica y verdadera.

Los caballeros godos que habian podido escapar de la batalla con vida se retrajeron á las principales ciudades, i comenzaron á ponerlas en la defensa que permitia la furiosa presteza de los enemigos en derramar sus aguerridas huestes por España.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos.

Palabra del Dia

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