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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Entonces Blázquez Serrano pidiole disculpas de venir a turbar aquellos momentos de saludable meditación; pero se trataba, dijo, de un asunto harto grave y venía a exigirle el postrer homenaje a la amistad que les había ligado hasta entonces. Vuesa merced se va exclamó; pero yo quedo, y solamente la palabra de vuesa merced puede auxiliarme en esta cuita.
Acercóse mientras tanto el fondista a Jacobo y pidióle órdenes; mas este, encogiéndose de hombros con estudiada indiferencia, díjole que ni él ni ninguno de sus compañeros tenían nada que ver con aquel hombre; que era un amigo, un mero conocido que en Biarritz se les había colocado en el coche sin que nadie le llamara, y que ni podía responder de él, ni mucho menos dar órdenes.
El se adelantó sin vacilar y pidiole que le excusara, pues el sol estaba tan en su fuerza que había entrado a guarecerse a la sombra y descansar un momento del pesado fardo que llevaba. Ramiro quiso indignarse, pero el bien del sustento le ablandaba la voluntad.
El moro se inclinó un momento, poniéndole la mano sobre el hombro. Cuando levantó la cabeza, sus ojos húmedos relucían en la penumbra. Entonces, desprendiendo de su cinto el precioso puñal, pidiole a Ramiro que lo aceptara como recuerdo suyo. Saltó luego la ventana. Un hombre le esperaba abajo en la dehesa con un caballo enjaezado. Ramiro le había visto montar y alejarse.
En 1606, cuando marchó con licencia el Embajador D. Baltasar de Zúñiga, pidióle con lágrimas que hablara en su favor al Rey, y así hubo de prometérselo por continuación de las gestiones anteriores, dejando en su sér las esperanzas que, un año más tarde, pintaba esta carta al Condestable de Francia: «De mí no sé nada, sino que de cualquier manera, con la llegada de D. Baltasar de Zúñiga, ó vuelta por mejor decir, espero alguna resolución, y por lo menos desengaño, que éste es el término que he puesto á este encanto, como lo escribí ayer al Rey Cristianísimo, con que me echaré á vivir y morir sin más padescer los tormentos de esperanzas humanas, que aunque las conozco y sus engaños, he tenido por obligación hacer esta última prueba, porque vea el mundo que no quedó por bizarría ni falta de todas justificaciones en cuanto á mí ha sido.
Apenas se hubo sentado junto a la cama, con voz demasiado resonante para la hora y la ocasión, le preguntó: ¿Qué ha sido esto? Encendido de nuevo por la fiebre, Ramiro respondió que no era tiempo de declararse en aquel particular, sino de encomendar su alma a Dios; y, así, pidiole que le administrara, cuanto antes, los Sacramentos.
Palabra del Dia
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