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Creyó que esta informalidad había ofendido al señor de Avrigny, y se decidió a escribirle oficialmente pidiéndole la mano de Magdalena. Tan pronto como se resolvió a hacerlo, puso manos a la obra, escribiendo esta epístola:

A fines de ese mismo año fue que, teniéndolo ya todo dispuesto para la lucha, escribió a Eduardo H. Gato, el cubano rico del Cayo, una carta, que es un poema de dolor, pidiéndole $5000 y otra a José María Izaguirre, cubano rico de New Orleans, pidiéndole cantidad parecida.

Señorita, si usted no me ha visto, ¿por qué no me habrá siquiera presentidoVolvió a detenerse Felipe para mirar a Amaury, como pidiéndole su opinión sobre este segundo período de la carta.

Calculó, pues, en esta ocasión, que rendirse sin condiciones no era triunfo, sino derrota; que podría suceder que el Conde, verdadero triunfador, volviese a doña Beatriz, ocultándole una infidelidad efímera o pidiéndole perdón de su culpa. Sólo con pensarlo temblaba Elisa de despecho.

Arrojose Lisarda a los pies de mi padre y confesó su delito, pidiéndole con lágrimas y desmayos la perdonase, y viese que el amor que la había cogido por don Baltasar de Peralta, al engaño la había llevado de hacerle creer, recibiéndole siempre a oscuras, que no era ella, sino su señora quien le recibía.

Esta noche determinó el Capitan comandante, que fuese uno á reconocer la distancia que habia al Rio de Tarija, y las playas del nuestro de Jujuy; y ofreciéndome yo á esta empresa, y pidiéndole me diese alguna regalia para gratificar los indios que encontrase, respondiome: no traia mas que pólvora y balas.

Mas como siempre yerra Quien de su justa obligación se olvida, Al señor desta tierra, Que don Tello de Neira se apellida, Con más llaneza que arte, Pidiendole licencia, le di parte. Liberal la concede, Y en las bodas me sirve de padrino; Mas el amor, que puede Obligar al más cuerdo a un desatino, Le ciega y enamora, Señor, de mi querida labradora.

Escribíanle con frecuencia sus amigos de la ciudad y los electores del distrito, pidiéndole no sólo lo que ya hemos visto que él les conseguía sin dificultad en los Ministerios, sino otra multitud de gangas en forma de privilegios o de mejoras materiales, que no podían otorgarse sin el parecer de las Cortes.

Los periodistas de la capital iban detrás de él pidiéndole interviús, y hasta lo adulaban, hablando con entusiasmo de varios libros profesionales que llevaba publicados y nadie había leído. Personas que le miraban siempre con menosprecio hacían detener en la calle su automóvil universitario en figura de lechuza.

Pero ¿dónde estaba la calle? Instintivamente oró á la Virgen, pidiéndole que estuviera cerca de la calle del Humilladero. Pero la Virgen no la oyó, porque la calle estaba muy lejos. Resuelta á preguntar, se levantó; vió venir á un hombre, pero no se atrevió á detenerle; pasó otro, algunos más, y Clara no preguntó á ninguno. Tenía miedo de aproximarse á ellos.