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Actualizado: 11 de julio de 2025
Se daban en las calles vivas a la República, faltaba poco para que se encendieran cirios ante la estampa de Castelar; y entre este torbellino de discursos, aclamaciones, Marsellesa a todas horas y percalina tricolor, destacábase el fanático médico, predicando en las plazas, hablando en las eras de los pueblos vecinos, explicando los Derechos del Hombre en las veladas nocturnas del casino republicano de la ciudad; entusiasta hasta el lirismo, repetía con diversas palabras las mismas odas oratorias del tribuno portentoso que en aquella época corría España de una punta a otra, haciendo comulgar al pueblo en la democracia al son de sus estrofas, que sacaban de la tumba todas las grandezas de la historia.
A continuación, cuatro gendarmes de cascos abollados y sables herrumbrosos; y tras esta escolta de honor, Neptuno, el de las blancas barbas, con diadema de latón y cara de borracho; un astrónomo y su ayudante, con luengos fracs de percalina y sombreros de copa alta pintarrajeados de estrellas; un escribano con toga y birrete, seguido de su ayudante, que llevaba los libros; y el barbero del dios, favorito y bufón a un tiempo, lo mismo que ciertos rapabarbas históricos consejeros de los antiguos reyes.
El último destello de su pensamiento fue para decirse que iba a morir, que tal vez había muerto ya, restándole sólo la postrera vibración vital, la estela agitada de una existencia que huía para siempre. Aún volvió a la vida. Abrió los ojos trabajosamente, y vio el sol al través de un ventanillo con hierros, unas paredes blancas y una cama con cobertor de percalina rameada y sucia.
El rodar de los coches y el chocar de los herrados cascos sobre el piso desigual y duro, formaban un ruido monótono, constante, que rasgaban de improviso los gritos de los vendedores, los pitos de los tranvías o las agrias notas de alguna murga que, refugiada en un portal, daba tormento a sus instrumentos de cobre enfundados en sacos de percalina negra.
En una carroza tirada por cuatro bueyes vestidos con percalina roja, sus cuernos adornados con ramaje, venían tres máscaras, queriendo figurar una a Fernanda Estrada-Rosa, otra a su padre y otra a Granate. Este último traía un sombrero de cuernos. De vez en cuando se paraba la carroza y ejecutaban una farsa ridícula y grosera que hacía bramar de regocijo a los curiosos que en torno se reunían.
Palabra del Dia
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