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Actualizado: 1 de junio de 2025


Pues bien repuso Quintana si todos esos males han venido con las pelucas y los polvos, ¿usted cree que los va a echar de aquí vistiéndose de amarillo? Los males se quedarán en casa, y el señor marqués hará reír a las gentes. Sr. D. Manolo, si todos fueran como usted que se empeña en combatir a los franceses, imitándolos en usos y costumbres, lucidos estábamos.

El padre anduvo enseñándolo por las principales ciudades de Europa, vestido como un príncipe, con su casaquita color de pulga, sus polainas de terciopelo, sus zapatos de hebilla, y el pelo largo y rizado, atado por detrás como las pelucas. El padre no se cuidaba de la salud del pianista pigmeo, que no era buena, sino de sacar de él cuanto dinero podía.

Como el famoso caballero Don Álvaro, era hijo de un virrey del Perú, y al resurgir ahora, en nuestro siglo mecánico y vulgar, nos ha parecido una figura pintoresca y gallarda de un poema donde hubiese sonoros surtidores y pelucas rizadas. Perteneció a una generación literaria cuya voz escuchamos ya desde muy lejos.

Antes que éste se terminase, comenzaron a salir por las trampas del escenario hasta una docena de diablos con sendas y enormes pelucas de estopa, el rabo de etiqueta, y teas encendidas, en las manos.

Los más, mientras comían y bebían, llevaban tocadas sus cabezas con gorros de bebé, crestas de pájaro ó pelucas de payaso. Había en el ambiente una alegría forzada y estúpida, un deseo de retroceder á los balbuceos de la infancia, para dar de este modo nuevo incentivo á los pecados monótonos de la madurez. El aspecto del restorán pareció entusiasmar á Elena.

Por mirarlo todo, deteníase también a contemplar las encías con que los dentistas anuncian su arte, las caricaturas políticas de los periódicos, colgados en las vidrieras de los cafés, los libros, los cromos, los palillos de dientes, las aves disecadas, las pelucas y postizos, las condecoraciones, las fotografías, los dulces y hasta los comercios ambulantes en que todo es a real.

Todavía ardieron otras dos o tres pelucas, poniendo a la vergüenza a otros tantos pillastres de la calle que servían de comparsas en el teatro. El baile se terminó al fin sin más incendios.

¡Ah, entonces!... los franceses son rubios. ¿Y calva, por supuesto? No, hombre, no: si no tiene usted más que cincuenta años. Es que todas mis pelucas tienen calva. Entonces saque usted lo que usted quiera. Yo necesito un retrato, ¿qué saco? dice otro. No, un medallón: cualquier cosa: desde fuera no se ve.

Después de todos estos señores negros, de gesto imponente y ojos duros, venía el desfile de pelucas blancas, de rostros aniñados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con bandas y condecoraciones.

El de la bella Duquesa de Chevreuse, hecho por Velázquez, sería bien distinto de los de aquellas reinas e infantas de la Casa de Austria, con cuya fealdad, guardainfantes, pelucas y coloretes, tuvo que luchar para darles distinción y elegancia.

Palabra del Dia

vorsado

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