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Sus manos, cubiertas con guantes gruesos de lana de color verde claro, se apoyaban en un enorme garrote de serbal lleno de nudos. Iba vestido con un largo capote de paño pardo; cualquiera hubiera creído que era un ermitaño. Cada vez que se levantaba un rumor de algún lado, el señor Jerónimo volvía lentamente la cabeza y se ponía a escuchar, frunciendo las cejas.

El espectáculo que éste ofrecía era tan aterrador, que Andueza se puso de un brinco sobra la silla, y aplicando espuela al caballo, pardo al escape, no sin gritar a sus compañeros de orgía: ¡Agarrarse, muchachos, que el mar se sale y apaga el sango!

Lo que se me ocurrió decir hace tiempo sobre las novelitas del Sr. Reyles, ha dado ocasión o motivo a una extensa polémica en la que han tomado parte el mismo Sr. Reyles, la señora doña Emilia Pardo Bazán y los señores D. Jacinto Octavio Picón y D. Eduardo Benot.

Mi intento era y es escribir sobre el particular cuanto se me ocurra y reunirlo luego en un librito, imprimiendo de él muy corto número de ejemplares. Así las cosas, veo hoy en El Liberal un artículo en que mi ilustre amiga, Doña Emilia Pardo Bazán, trata de impugnar lo que he dicho y hasta lo que no he dicho.

Martinus Dei gratia Rex Aragonum &c. Dilecto Consiliario nostro Pardo la Casta Merino Civitatis Cæsaraugustæ salutem et dilectionem.

Se le acusa a usted de servir de intermediaria en la correspondencia entre el marqués de Revollar, ministro y consejero del Pretendiente, y el cabecilla don César Pardo, desterrado hace poco tiempo, por virtud de sentencia firme del Consejo de guerra, reunido en catorce de marzo.

Mostró admirarse de la buena presencia del sobrino y le habló llanotamente, para inspirarle confianza. ¡Muchacho, muchacho! ¿A dónde vas con tanto doblar? Cuidado que estás más hombre que yo.... Siempre te imitaste más a Gabriel y a que a tu madre que santa gloria haya.... Lo que es con tu padre, ni esto.... No saliste Moscoso, ni Cabreira, chico; saliste Pardo por los cuatro costados.

Rita tenía el blanco mate limpio y uniforme de las estatuas de mármol; su hermoso cabello era negro; sus ojos, notablemente grandes, de un color pardo oscuro, guarnecidos de grandes pestañas negras y coronados de cejas que parecían trazadas por la mano de Murillo.

Estremecióse de placer don Manuel Pardo viendo al sobrino entrar en su despacho una mañana, con la expresión indefinible que se nota en el rostro y continente de quien viene a tratar algo de importancia.

Tengo motivos para creer que la imaginación es su facultad predominante. Un día que dábamos un paseo por la Moncloa se nos acabó el tabaco. Era otoño. Sindulfo cogió un puñado de hojas secas de chopo, las estrujó y las metió en su pipa. Después dejó errar su mirada por las lejanías de El Pardo, añorando sin duda los bosques vírgenes del Arauco.