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Actualizado: 3 de octubre de 2025


El no sabía lo que pensaba ni lo que iba a decir, y por eso mismo, palpó mejor que nunca ese obscuro fondo del ser, encima del cual, lo que él llamaba su sentimiento, su albedrío, su conciencia, no eran sino burbujas de un profundo hervor incomprensible. Dejose llevar. La palabra de Beatriz le sorprendió: Cuán pensativo hase quedado vuesa merced. ¿Sufre malencolías? Ramiro no quiso contestar.

Rióse como un condenado, y palpó la culata del revólver: las cajas de cartuchos estaban en sus bolsillos. Se le ocurrió una pregunta ¿dónde principiaría el drama? En su aturdimiento, no se le había ocurrido preguntarlo á Simoun, pero Simoun le había dicho que se alejase de la calle de Anloague.

La depositó sin hacer ruido sobre la arena de la alameda, dio un paso apoyando el índice sobre sus labios y fue a aspirar el vaho de la habitación por la abertura que había hecho. Su pecho se henchía con una ávida voluptuosidad. Era la primera vez que respiraba en diez días. Alargó la mano hacia la habitación, palpó el interior, encontró la falleba y la cogió.

Las gentes de su raza, aunque pobres, tenían su poquito de ciencia, que los gachés buscaban muchos veces. Y llamada por ella se presentó en el cortijo su comare, una gitana viejísima, que gozaba gran fama de curandera en Jerez y su campo. Después de oír a la Alcaparrona, palpó el mísero esqueleto de la enferma, aprobando todas las palabras de su amiga.

Y la carta no parecía. Empezó á sentir ese escalofrío, ese entorpecimiento que acompaña al pánico. Aquello era muy grave. Porque sin duda la madre Misericordia decía cosas gravísimas en su carta al duque de Lerma. ¿Y cómo decir al duque que he perdido esa carta? ¿Cómo atreverse ni siquiera á presentarse sin ella ante él? Y volvió á la rebusca; se palpó, y volvió á buscar.

Despertó al sentir sobre su frente la mano de su amante esposo, que había subido a comer, y enterado de que estaba indispuesta, se asustó mucho, Doña Lupe quiso hacerle concebir esperanzas de sucesión; pero él, moviendo la cabeza con expresión escéptica y desconsolada, entró en la alcoba y le palpó la frente a su mujer. «Hija de mi vida, ¿qué tienes?».

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