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Actualizado: 17 de junio de 2025


La espera interminable embotaba los sentidos, dificultando toda emoción. Por esto no hubo gritos de triunfo ni exclamaciones de protesta, cuando comenzó á iniciarse la ventaja del barrenador lento é incansable, sobre el Chiquito que hacía temblar la piedra bajo el rayo de su palanca. Aresti presentía este suceso desde mucho antes.

Ahora van á sangrar dijo Sanabre, señalando á un obrero viejo que hurgaba con una palanca en la boca del horno cubierta de tierra refractaria. Se abrió un pequeño agujero en la base de una de las torres y apareció un punto de luz deslumbradora, una estrella roja de agudos rayos que herían la vista.

Aresti sintió deseos de reír, viendo cómo se doblaban aquellos monigotes humanos que seguían con sus cuerpos el esfuerzo de los contendientes, fatigándose en un trabajo inútil, para transmitirles su energía. Transcurrieron algunos minutos. El Chiquito trabajaba más aprisa que su rival. Subía y bajaba la palanca con tanta rapidez que apenas se la veía.

Cada vez que veía á su marido limpiando los dos cañones del arma, cambiando los cartuchos ó haciendo jugar la palanca para convencerse de que se abría con suavidad, pasaba por su memoria la imagen del presidio y la terrible historia del tío Barret. Veía sangre, y maldecía la hora en que se les ocurrió establecerse sobre estas tierras malditas.

Para que no pudiera ocultarse á su vista, corrió hacia él sin disimulo alguno, como si estuviese en un desierto, á toda la velocidad de sus piernas. El instinto de agredir le hizo agacharse, agarrar una madera que estaba en el suelo, una especie de palanca rústica, y armado de este modo primitivo continuó su carrera. Todo esto había durado unos segundos.

El dinero es la fuerza motriz del progreso humano, la palanca de Arquímedes que mueve el mundo moral, el fundamento de casi toda la poesía, y hasta el crisol de las virtudes más raras. La mayor parte de los hombres que desprecian o aparentan despreciar el dinero, lo hacen por despecho y envidia; imitan a la zorra, diciendo: no están maduras.

La niña le dijo entonces al oído, que del otro lado del torrente, atravesado por una larga palanca, quedaba aún una cabaña donde pensaba que podía estar. Marcharon en aquella dirección, durante media hora de fatigosa caminata, pero inútilmente.

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