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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Y lo realmente sucedido y cierto es, en este caso como en otros muchos, menos bello y agradable que la mentira. Véamoslo.

Al salir de Malta quedaron nueve galeras que no partieron con la Capitana: las ocho dellas partieron aquella misma noche: la patrona de Cigala se quedó en el puerto: las ocho siguieron el mismo marinaje que las primeras: llegaron á los Gelves con dos horas de día á la misma Roqueta donde las otras habían estado, y teniendo necesidad de tomar agua, juntáronse los Capitanes de infantería española; fueron á hablar al Duque de Vivona, que venía en la Capitana de Florencia, para ver si la hacían; el Duque les dijo que iba allí como hombre particular, que no tenía cargo para dar orden; que ellos, como hombres de guerra, viesen lo que era menester, que él les favorescería con su persona y criados, y ansí determinaron los Capitanes de salir en tierra con sus Oficiales y hasta 300 hombres, hecho un escuadrón. Dellos apartaron hasta 30 arcabuceros, y pusiéronlos en un alto, cerca del escuadrón, para que tirasen de allí unos moros de á caballo para que no se acercasen á estorbar el hacer del agua, y ansí estuvieron todo el tiempo que duró el hacerla. Hecha el agua, se comenzaron á embarcar algunos soldados, y con ellos el Capitán Joan de Funes, y el Capitán Joan del Aguila había harto que había embarcado diciendo que no se sentía bueno. Los otros cinco Capitanes no se quisieron embarcar hasta los postreros. En esto se levaron unas galeras para mejorarse á otro puerto á donde descubriesen los moros para tirarles. Como los enemigos les vieron vueltas las popas y retirarse los arcabuceros que les tiraban para irse á embarcar, cerraron con ellos y rompiéronlos. Entrando dentro en la mar, secutándolos, mataron y prendieron hasta 150 hombres; los presos fueron muy pocos; murieron todos cinco Capitanes peleando muy valerosamente delante sus soldados. El Capitán Adrián García, Pedro Vanegas, Pedro Belmudes, Antonio Mercado y D. Alonso de Guzmán.

Conversaba con ella, en inefable dulce coloquio, como en otros dias; mirábala llorar de amor, y loco sus lágrimas bebia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creia verla, entrándome en su alma, pura como mi amor, pura y bendita; creia que me amaba y que era buena... ¡Y era mentira! Triste, marchita y harapienta y sola, ocultando su faz con extraño rubor, casi á mi lado hoy la he visto pasar.

Y lista era, en efecto: allí estaban inscritos por riguroso orden alfabético los feudatarios de la gran personalidad colmenariana, en las diversas provincias de la Península; había apellidos que tenían al pie una A mayúscula, que significaba adicto; otros señalados con M A, muy adicto, alguno llevaba agregada una D, dudoso.

Ya el conde D. Fernando Gomez saca de la ciudad, que todo el orbe católico mira como el mas glorioso panteon de mártires despues de Roma, las preciadas reliquias de dos insignes santos , sin que osen estorbarlo los islamitas; ya D. Alfonso VI en 1108, por vengar la muerte de su hijo D. Sancho en Uclés, hace quemar á las puertas mismas de la orgullosa corte á su gobernador Abdalla con otros veintidos capitanes, á quienes logra envolver en una batalla, y obliga á los pobladores á que le entreguen mil y setecientos cautivos cristianos, con todo lo que pertenecia á los almoravides sus auxiliares.

Era un buen hombre, dulce y tolerante, sin otros defectos que su manía de santidad. Había tenido en su casa a varios obreros con sus familias, pero acabó por despedirles, a causa de los chismorreos de las mujeres y las embriagueces de ellos. No quería más huéspedes; pero el señor de Maltrana como él decía era un hombre cortés y bien educado, que le escuchaba en silencio, sin permitirse una burla.

Inglaterra y otros Estados, celosos de la España y de Portugal, pensaban sorprenderlos de esta manera en el mismo corazón de su lejano imperio, en el santuario de la riqueza.

El bondadoso M. Dormeuil reparó mejor. Es cierto dijo. ¡Oh! Usted triunfará pronto. En usted esas cejas constituyen una originalidad y un contraste más. La observación es justa. Como Derval, otros muchos actores han acelerado la hora de sus éxitos, merced á la expresión sugestiva de sus facciones.

Las vidas de los que dormían en los otros pisos, encima y debajo de él, no estaban confiadas á su vigilancia... Pero á los pocos días sintió que le faltaba algo que era una de las mayores satisfacciones de su existencia: la voluntad del poder, el gusto del mando. Dos criadas de aire azorado acudían á sus voces y sus repiqueteos de timbre.

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