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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Segun un inventario hecho en 1774, los diamantes de la corona francesa excedian de ocho mil, de los cuales eran los mejores, y lo son todavía, los denominados el Regente y el Sancy. El Regente, que ocupaba el tercero ó cuarto lugar entre los primeros diamantes conocidos, fué comprado por el duque de Orleans por cuatrocientos mil napoleones, en 1717.
Mi madre me dice en carta que hoy he recibido, que se dispone a volver de Alemania con la señorita de Orleans; esta joven princesa tiene un miedo terrible al mar y no quiero atravesar la Francia; por estas causas todavía no han resuelto hacer el viaje a España. Ayer fui en compañía de mi cuñado a un pueblecito de Champagne junto al castillo de Peronne, perteneciente a mi familia.
Tiene mi padre una biblioteca rica en libros de historia; por fortuna no hay ni siquiera una novela. Mi madre ha escrito hoy una carta a la señorita de Orleans, que se encuentra en España, y ha querido que yo también le escriba dos renglones. Después de esto, hemos salido a paseo y llegado hasta Mont-Mirail, visitando al mismo tiempo los amigos de la familia.
Era, pues, preciso, ante todo, que no oyesen hablar más de mí. Tomada esta resolución, me atuve absolutamente á ella. Atravesé la América, me embarqué en Nueva Orleans y he llegado á París hace tres semanas. Durante este tiempo me he ocupado en reanudar mis relaciones, un tanto enfriadas por una ausencia de diez y ocho meses, y en buscar una ocasión de romper las hostilidades.
Ahí, en ese balcon de la fachada principal, se asomó el general Lafayette, presentando al duque de Orleans, que luego se llamó Luis Felipe.
Las minas dan oro, cobre, hierro, carbón y una abundancia de sal; los lagos asfálticos rinden asfalto de la mejor calidad; y se encuentran perlas aquí y allá a lo largo de la costa. De Nueva Orleans se puede ir en vapor a Colón, Panamá, y de allí a La Guaira, Puerto Cabello y otros varios puntos.
La carta dirigida por la Condesa a sor Ana Brighton habría revelado el misterio; pero no era posible encontrar a sor Ana. Ya no estaba en Nueva Orleans, donde había fechado sus últimas cartas halladas en casa de la difunta, y nadie sabía a qué país se había marchado. Ferpierre esperaba, sin embargo, que un día u otro ella misma hiciera llegar a manos de la justicia el deseado documento.
La lectura de este libro me ha interesado mucho, porque precisamente fue escrito en el año 1788, época en que yo debí, en compañía de mi madre, haber hecho un viaje por aquellos lugares; con bastante disgusto mío, hubimos de detenernos en casa de unos parientes que teníamos en Limoges, que tenían unas posesiones a seis leguas de la ciudad; pasamos allí una temporada; llegó la primavera y con ella la noticia de que la duquesa de Orleans necesitaba de la compañía y los consejos de mi madre, pues la Revolución había empezado en París. ¡Lástima grande haberme perdido este viaje a los Pirineos!
No tenía usted ya trece años como cuando mi tío tuvo la buena fortuna de serle presentado; pero no debía usted de tener más de trece... Estaba yo entonces terminando mi año de voluntario en Orleáns, en el batallón de su señor padre de usted, y parece que me estoy viendo torpe y embarazado con mi capote demasiado largo ante una joven de falda corta, grandes manos y largos pies, como Blanca hace dos años, que me puso un muñeco en la mano y me dijo en tono autoritario: No olvide usted el número, militar; una cabeza absolutamente igual, pero con cabello rubio.
Voy a salir inmediatamente para Lyón, pues quisiera estar allí para ver pasar a la señora duquesa de Orleans, que se dice vendrá dentro de pocos días. Este viaje no se efectuó, porque mi padre volvió de París después de haber visto los príncipes, a los cuales era y fue invariablemente adicto, pero sin alardear de ello.
Palabra del Dia
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