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12 Levántate, oh SE

22 Porque si tu pueblo, oh Israel, fuere como las arenas del mar, el remanente de él se convertirá; la consumación fenecida inunda justicia. 23 Por tanto, el Señor DIOS de los ejércitos, hará consumación y fenecimiento en medio de toda la tierra. 24 Por tanto, el Señor DIOS de los ejércitos, dice así: Pueblo mío, morador de Sion, no temas de Assur.

46 Y hablaré de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré. 47 Y me deleitaré en tus mandamientos, que he amado. 48 Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé; y meditaré en tus estatutos. 52 Me acordé, oh SE

ABIND. Y eso ¿a quién le importa más? Dame tus hermosos pies. JARIFA. La mano te quiero dar, Tuya soy desde este día. ABIND. Yo tuyo, Jarifa mía: Ya bien te puedo abrazar. JARIFA. Como hermano y como esposo, De que ya te doy la mano. ABIND. No hables de eso de hermano Que vuelvo a estar temeroso. ¡Oh famoso y claro día, Que tanta gloria me apresta!

13 Y será que como fuisteis maldición entre los gentiles, oh Casa de Judá y Casa de Israel, así os salvaré, para que seáis bendición. No temáis, mas esfuércense vuestras manos. 14 Porque así dijo el SE

Godfrey había vuelto con el calzado. Al oír los gritos de la niña su corazón se oprimió, como si alguna fibra íntima se hubiera tendido con fuerza. Voy a ir dijo precipitadamente, impaciente por moverse un poco , voy a ir a buscar esa mujer, a la señora Winthrop. ¡Oh! ¡bah! mandad a otra persona dijo el tío Kimble, que se apresuró a salir con Marner.

10 Y ahora, he aquí, he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh SE

»¡Oh! ¡Qué amargo sarcasmo! ¡Qué lección tan terrible recibe del destino mi vanidad de sabio! «¡Ah! Es que las enfermedades de todos esos a quienes yo he curado eran terribles, , pero no mortales necesariamente; eran enfermedades para todas las cuales hay remedios conocidos.

Y la mujer... ¡oh Dios mío! la mujer lanzó al verme un grito horrible, y yo... yo... hace un momento que despierto... hace un momento que recuerdo... ¡Era ella!... ¡Amparo!... ¡viva!... ¡al lado de otro hombre!... ¡delante de !... ¡Oh! ¡es imposible! ¡imposible de todo punto! ¡mi razón perturbada por la vista de aquella loca infeliz!...

¡Adiós, doña Catalina! mañana iré á veros... si no me encierran. ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Oh, Dios mío! murmuró la condesa alejándose entre las tinieblas , creo que no me pesa de haberle encontrado. ¿Amaré yo á Quevedo? Entre tanto, Quevedo, adelantando en dirección opuesta, murmuraba: Capítulo VI. De cómo no hay virtud estando obscuro.