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La gentuza se acobardó ante los cadalsos erigidos en la plaza de la Cárcel. Pero esto no era bastante. Convenía una sangría suelta para quitar fuerzas a la bestia rebelde. De mandar él, ya estarían en presidio los mangoneadores de todas las sociedades obreras del campo que traían revuelta a la ciudad.

Las obreras llorosas que volvían de decir adiós á sus hombres vieron al mismo señor sonreir á los niños que marchaban junto á ellas, acariciar sus mejillas y alejarse, abandonando en sus manos la pieza de cinco francos. Don Marcelo, que nunca había fumado, frecuentó los despachos de tabaco.

El lugar de la escena es un taller de la antigua fabrica de tapices de Santa Isabel: los personajes principales son cinco obreras entregadas a la labor.

Al recorrer la ciudad en todas direcciones y visitar algunos almacenes de bordados y objetos artísticos, nos parecia que íbamos á encontrar muchedumbres de obreras trabajando en esos bordados y preciosos encajes, que ostentan con vanidad las damas elegantes de Paris, Lóndres ó Viena. Nada de eso.

Ya que había llegado el instante de la revuelta ¡sus y á él!... Era el enemigo secular; los demás habían crecido á su amparo... El odio á toda religión era instintivo allí donde las masas obreras despertaban.

Una mitad de la aristocracia rusa es alemana; alemanes los generales que más se han distinguido acuchillando al pueblo; alemanes los funcionarios que sostienen y aconsejan la tiranía; alemanes los oficiales que se encargan de castigar con matanzas las huelgas obreras y la rebelión de los pueblos anexionados.

Hasta entonces no se había exigido a las obreras del taller sino buena conducta y legitimidad de origen porque no eran dignas de trabajar para tan santo fin las ovejas descarriadas ni las hijas del pecado; en adelante se las exigió someterse a ejercicios piadosos, explicación de la doctrina cristiana y asistencia a determinadas solemnidades en la capilla del convento.

Los Padres de la Compañía más famosos, presidían las asociaciones obreras organizadas por ellos para contener la impiedad creciente del pueblo. Desfilaban en grupos, con mirada de reto, abombando el pecho para que se viera bien el distintivo de la Virgen, con una mano oculta en los bolsillos, marcándose en la tela el rígido contorno de las armas de fuego.

Demasiadamente confiado dormí yo aquella noche y dejé transcurrir el día siguiente. Por la tarde, poco antes de oscurecer, me fui a situar al puente de Triana, donde Paca me había dicho que la esperase para darme cuenta del resultado de la carta y de sus gestiones. Era la hora de más animación en aquel paraje. Los obreros y obreras de Triana que trabajaban en Sevilla tornan a sus casas.