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Actualizado: 30 de abril de 2025
Era la señorial mansión de Limioso, un tiempo castillo roquero, nido de azor colgado en la escarpada umbría del montecillo solitario, tras del cual, en el horizonte, se alzaba la cúspide majestuosa del inaccesible Pico Leiro.
La entrada en este puerto no ofrece dificultad alguna; sin embargo, la marca más notable que puede servir de guía es un montecillo aislado que se vé en el fondo de la ensenada comprendida entre la punta Lalayanga y la de Mariga-bató. Seno de Parang-Parang.
Allí se apean un momento, entran en un café-restaurant y encargan el almuerzo para las doce: vuelven a montar y siguen paseando por la Moncloa, dejan el coche cerca de la fuente de las Damas y suben lentamente por un montecillo cubierto de pinos hasta colocarse en un alto y deleitoso paraje tapizado de césped desde donde se divisa el único paisaje digno que tiene la capital de España.
En el memorable tifón del 30 al 31 de Octubre de 1875, unidos estos ríos arrastraron en sus impetuosas corrientes más de 50 personas que habitaban en las faldas del volcán. Al N. del pueblo, y al otro lado del montecillo nombrado Mapagal nace el río Súfi, que recorre todas las sementeras de las visitas de la Misericordia y San Andrés yendo á desaguar por jurisdicción de Bacacay.
El Carnaval tenía para él mala pata, y al susurro de la orquesta que sonaba abajo, salía bailoteando siempre la carta contraria y se llevaba al montecillo del banquero las pesetas de mamá. Amparo también tenía sus disgustos. Lo que a ella le pasaba no podía ocurrirle a nadie. Aquello no era tener novio ni tener nada. Vamos a ver: ¿para qué tiene novio una muchacha?
A la pálida luz del astro nocturno columbré los principales edificios: el convento de los franciscanos, pesado y sombrío; la iglesia del Cristo con su arrogante cúpula; la Parroquia, la Casa Municipal, y a la derecha, en el montecillo, en una loma, siempre tapizada de mullido césped, la capilla de San Antonio, donde las muchachas solteras y sin galán iban a rezar y a decir aquello de
Viñas, castañares, campos de maíz granados o ya segados, y tupidas robledas, se escalonaban, subían trepando hasta un montecillo, cuya falda gris parecía, al sol, de un blanco plomizo. Al pie mismo de la torre, el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo, que no era sino la superficie del estanque.
Palabra del Dia
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