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Actualizado: 8 de julio de 2025
Ella, no obstante, me amaba... ¿cómo ha podido dar este espantoso premio a mi ternura? Las almas más frías se hubieran confiado como la mía. El mismo Montbreuse ha dicho que no esperaba esto. Candor celeste de la virtud, ¿no eres más que una quimera?
Allí está cautiva Adela, bajo una triple llave de la que ese doméstico es el único depositario, porque Montbreuse, fiel a su hipocresía, afectaba aún no comunicarse con Adela más que por medio de mensajes apasionados, y que era hoy cuando, por primera vez, debía presentarse a sus ojos.
No te contaré todas mis angustias de aquella noche. El criado de Montbreuse, a quien Latour había estado a punto de sorprender, informado de la muerte de su señor, ha venido esta mañana a mi casa y me lo ha confesado todo. La misma priora aprobó el plan e indicó la casa donde podría refugiarse.
Es probable que estos razonamientos hayan parecido totalmente indignos de contestación al señor de Montbreuse, porque se ha contentado con mirarme severamente sin hablarme, al mismo tiempo que dirigía a Eudoxia una mirada de inteligencia en la que me ha parecido descubrir no sé qué de desprecio y de amargura.
Hemos hablado alegre y largamente de mil cosas distintas y me ha hecho prometer que le contaría mis viajes y le hablaría de mis amigos, y le he dicho que tú eras el mejor de ellos. Por su parte me ha recomendado, con cierta autoridad, que cultivase las relaciones con el señor de Montbreuse, al que sólo encontraba demasiado austero para su edad.
Amaba en secreto a uno de los domésticos de Montbreuse, un hombre vil, innoble, odioso, en el cual yo nunca me había fijado. ¿No es sorprendente que esto me haya pasado inadvertido, a mí, cuyo corazón se alarma tan fácilmente? ¿Me hubiera hecho traición si yo la hubiese amado con menos confianza, con menos abandono?
Tengo en singular estima la perfección, pero ésta carece para mí de ese atractivo que se apodera del corazón y que mi corazón necesita experimentar. Cualquiera que sea el mérito del señor Montbreuse, se pretende que había tenido la dicha, por un momento, de ocupar los nobles pensamientos de Eudoxia; dos almas tan solemnes eran dignas de aproximarse.
Después quedó algún tiempo sin movimiento y sin respiración, pero los cuidados que recibió del señor de Seligny y de las gentes de la casa reanimaron un momento su vida y pareció querer hacer una revelación importante, sucediéndose sonidos inarticulados en sus labios: «Adela», dijo. «Sí, ya lo sé», contestó el señor de Seligny tratando de evitarle la dificultad de las explicaciones difíciles. «Adela continuó Montbreuse , la hija de Angélica...» «Ya lo sé.» «Adela, la más pura, la más virtuosa de las criaturas...» «¿Y bien?» «Adela, inocente, digna de usted, digna de él... está secuestrada por orden mía...» Maugis no pudo acabar.
Palabra del Dia
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