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Actualizado: 12 de junio de 2025
Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas, pero como no le quemaban, no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, viola pintada de diablos, volviósela a poner, diciendo entre sí: -Aún bien, que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan. Mirábale también don Quijote, y, aunque el temor le tenía suspensos los sentidos, no dejó de reírse de ver la figura de Sancho.
Para pensar alguna vez juntos en Dios, creer, buscarlo y llorarlo... ¡Ya veis, señora, que todo esto es puramente locura! La actitud de Juana, mientras escuchaba al señor de Lerne, era encantadora; un poco inclinada hacia adelante, mirábale con sus grandes ojos admirados, cual si viese surgir ante ella una fuente de delicias, y sus labios se entreabrían como para beber en ella.
En cuanto a Enrique IV, mirábale después del descubrimiento de los manejos ingleses con prevención, y tras de la paz de Vervins como inútil y aun perjudicial á sus intereses . No era el Rey quien le llamara maestro de cuentos: la frase debía proceder de un ofendido ó de un chusco, á juzgar por la respuesta: «Que no es malo saber cuentos, pues que enseñan entreteniendo; que cuando el que le criticaba supiera muchos, sabría más que ignorándolos .» Sin embargo, los cuentos ó las indiscreciones granjearon á Antonio Pérez enemigos mortales en las familias de Guisa y de Montpensier, sin contar los de menos altura.
Mirábale, y, sonriendo regocijadamente, le pasaba las manos por la cara, gorjeaba, se bababa, y miraba con curiosidad alrededor. Extrañaba el sitio.
Mirábale la joven con dulzura, entreabiertos los labios por una ligera sonrisa y á Roger le parecía oir ya la anhelada respuesta; pero en aquel momento resonó en el patio del castillo una voz potente, seguida de gran ruido de armas y pasos y el trote de los caballos. La columna se ponía en marcha. ¿Oís? exclamó la joven, erguida, brillante la mirada. Van á partir. Es la voz de mi padre.
Mirábale Lucía cual si no comprendiese, y no alargaba la mano para tomar el portamonedas.
Y abrió palmo y medio de boca y púsose muy azorado, porque desde aquella noche fatal en que descubrió Jacobo en el Grand Hôtel el secreto de su peluca y de sus dientes mirábale y temíale con ese temeroso recelo que inspira siempre la persona que puede perder nuestra reputación o nuestra fortuna con sólo dar suelta un poquito a la lengua.
Palabra del Dia
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