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Esta ley de la gravedad que nos encadena al suelo, que nos pone grillos al nacer como si fuéramos presidiarios, ¿no es una ley estúpida? ¡Y luego nos hablan de inteligencia en la naturaleza! ¡Menguada inteligencia que corre parejas con su bondad! Núñez soltó una carcajada.

Vieron también las gacelas, competidoras del viento en la carrera, las descorteses llamas, que escupen a quien las visita, y los zancudos canguros, que se guardan a sus hijos en el bolsillo. Satisfecha la curiosidad de Isidora, poca impresión hizo en su espíritu la menguada colección zoológica. Más que admiración, produjéronle lástima y repugnancia los infelices bichos privados de libertad.

Anduve ocho días por las calles, aullando en esta forma, con voz dolorida y realzamiento de plegarias: «¡Dalde, buen cristiano, siervo del Señor, al pobre lisiado y llagado; que me veo y me deseoEsto decía los días de trabajo, pero los días de fiesta comenzaba con diferente voz, y decía: «¡Fieles cristianos y devotos del Señor! ¡Por tan alta princesa como la Reina de los Ángeles, Madre de Dios, dalde una limosna al pobre tullido y lastimado de la mano del Señor!» Y paraba un poco, que es de grande importancia, y luego añadía: «¡Un aire corrupto en hora menguada trabajando en una viña, me trabó mis miembros, que me vi sano y bueno como se ven y se vean, loado sea el Señor

Con que dime, Mercado, ya que tus ojos linces por medio de tu bien cortada lengua me enteran y dan razón de lo que mi vista menguada no alcanza alrededor suyo, dime, repito, ese que pasó tan mesurado, ¿es el recién venido para completar las dos docenas de cristianos viejos que viven entre esta canalla morisca? , hermano, éste es, Pero Antúnez el viejo.

A ellos, y no a la menguada y pobre inspiración del poeta, se debe el éxito pasmoso que obtuvo el drama, en el precioso teatro que el Sr. D. Fernando Bauer improvisó en su casa, y cuya magnífica decoración mudéjar pintó lindamente el Sr. Conde del Real Aprecio.

Mas como la justicia andaba entonces tan menguada, no se crea que el caballero Figueroa, brazo del alzamiento, ni los caballeros conspiradores fueron condenados, sino que vino á descargarse el peso de la ley sobre los que menos habían contribuido al acto, por ser débiles y no poderosos señores.

También ella salió, pero no podía andar; los pies le pesaban como si fuesen de plomo. Dejose caer sobre uno de los bancos del pórtico y allí aguardó un rato. Estaba ya obscureciendo. Levantose al fin y con paso vacilante se dirigió por la única calle del pueblo hasta la casa que le habían designado. La tienda estaba iluminada por una menguada lámpara de petróleo.

Pues, aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron!» Y, diciendo esto, dio muestras de desmayarse.