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Actualizado: 4 de julio de 2025


A este llamamiento, todo el faubourg Saint Germain de Buenos Aires, se presentó al día siguiente. ¡Cómo se elogiaban los méritos de la señora doña Medea Berrotarán! ¡Cómo se condolían de la triste situación de mi tío! ¡qué dolorosa pérdida había experimentado! ¡Hasta don Buenaventura había dejado sus múltiples ocupaciones literarias para asistir al entierro! ¡Cómo no premiar treinta años de vasallaje, mudo, entusiasta, admirador de todas sus hazañas y desgracias!

Puso en forma dramática las fábulas de Medea, y de Progne y Filomena, á la verdad revistiéndolas del estilo cómico dominante en su tiempo, pero extremando tanto la pintura de afectos, que, no obstante la vestidura romántica que las envuelve, recuerda en algunas escenas la grandeza trágica de la antigüedad. Menos afortunado fué nuestro poeta en las comedias religiosas.

Yo me escurrí y me prendí del brazo de mi tía, llevando impresa la fisonomía de aquel señor, en quien había tenido la desgracia de levantar tanto odio y tanta pasión de venganza. Cuando llegamos a casa, mi tío, contra todos los cálculos de mi tía Medea, ya sabía la noticia de la batalla. La casa estaba llena de gente, como de costumbre.

Entonces el martirio debía duplicarse: aquella aparición deslumbrante de todas las noches, que pasaba indiferente por su lado y el de su hija, sin detenerse, que no rendía culto ni a la ley del esposo ni al cariño de la madre, que volvía llena y tibia aun con los vapores del mundo en que vivía, después de librar la batalla del lujo en la feria de las vanidades; aquella aparición enloquecedora desaparecía, y ante los ojos fatigados del anciano se alzaba el espectro aterrador de doña Medea, riendo con una carcajada satánica, estridente y vengativa, y lanzando una blasfemia terrible contra aquel desgraciado del destino, víctima inocente de la suerte, que temblaba de espanto y de impotencia ante el recuerdo del pasado y el cuadro del presente.

Las impresiones que aquel hogar lleno de movimiento producían sobre mi espíritu, eran múltiples y variadas. Mi tía Medea nunca dejaba de echarme en cara que al morir mis padres me había recogido por favor y como un acto mil veces más caritativo y recomendable que el de la hija de Faraón, salvando a Moisés de la corriente del Nilo.

¿Y qué será del ejército enemigo? preguntó uno de los parroquianos. Se lo ha llevado el diablo, pues; eso no se pregunta. Deme mi boletín, don Narciso; me voy a casa a darle la noticia a mi marido, que estoy segura de que no sabe nada de lo que ha sucedido. Muy buenas noches, misia Medea.

De repente, un murmullo de simpatía cundió por la sala entera, y todas las miradas convergieron al palco central de la ochava: muchos personajes, vestidos con la más rigurosa etiqueta, tomaban asiento. Mi tía empezó a nombrarlos a todos. Saluda, Ramón, saluda le decía a mi tío. Si no ven para acá, Medea...

¡Ah, señor! esperando mi hora, como todos contestó, hoy le ha tocado el lote a mi señora doña Medea... ¡Ah! ella es la feliz agregó levantando las manos al cielo: En este mundo no hacemos sino sufrir desengaños, joven... Vea usted, yo, por ejemplo, que he hecho tantos servicios y tantos sacrificios por la humanidad, aquí me tiene usted a ... ¿de qué valgo, señor?

No se oía sino el rabioso crujir de las mandíbulas tiburonianas de mi tía Medea, que con cierta complacencia maléfica, aunque llena de voluptuosidad, imaginaba aplastar el cráneo de alguna de sus rivales en el inocente coscorrón de pan que roían sus molares y el tímido y casi silencioso masticar de los que temíamos herir los oídos susceptibles de la señora.

Es triste le repliqué; ser de un hombre a quien no se ama, debe ser algo terrible en la vida... No lo creo. Se puede amar al marido, amarlo como a un amigo... al fin el marido no es otra cosa a la vuelta de diez años. ¿Cómo concibe que don Ramón, su tío, esté enamorado de misia Medea? ¡Imposible! ¡No, Blanca!

Palabra del Dia

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