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Actualizado: 3 de junio de 2025


Luego, levantamos las velas y nos echamos al mar. Había dentro del quechemarín agua y comestibles para unos días. Por la mañana, raspamos el nombre del barco, que se llamaba Betty, y le bautizamos con el de Rosa, de la matrícula de Bangor, el pueblo de Allen. Navegamos todo el día y toda la noche y pudimos comer y descansar.

Sin embargo, para ser exactos, diremos que en este Gabinete tienen sus clases los treinta ó cuarenta alumnos de ampliacion y por cierto bajo la direccion de un catedrático que cumple bastante con su deber, pero, procediendo la mayor parte de estos del Ateneo de los jesuitas donde la ciencia se enseña prácticamente en el gabinete mismo, su utilidad no resulta grande como lo sería si se aprovechasen de él los doscientos cincuenta que pagan su matrícula, compran su libro, estudian y emplean un año para despues no saber nada.

De los dos hombres, uno era alto, viejo, de sotabarba, vestido de negro, con gorra; el otro, pequeño y moreno. La mujer llevaba un niño en brazos. Zapiain, el relojero y corredor de comercio, se entendió con ellos. Eran bretones, no hablaban mas que su idioma y algo de francés. La goleta se llamaba Stella Maris, y era de la matrícula de Quimper.

Se ensució mucho papel y medio pueblo fué á declarar; pero nadie sabía nada. ¿De qué matrícula era el barco? Silencio; nadie le había visto los folios. ¿Quiénes lo tripulaban? Unos hombres que al varar habían echado á correr tierra adentro. Y nadie sabía más. ¿Y el cargamento? dije yo. Lo vendimos completo. Usted no sabe lo que es la pobreza.

La popa estaba lisa y en los costados ni una señal del número de filiación y nombre de la matrícula, un ser desconocido que se moría entre aquellas otras barcas orgullosas de sus pomposos nombres, como mueren en el mundo algunos, sin desgarrar el misterio de su vida. Pero el incógnito de la barca sólo era aparente.

Las dos hembras de aquella familia de hortelanos, se habían unido con hombres de mar; pero la casada con el gabarrero, tuvo más suerte que su hermana menor, que se enamoró de Chomín Aresti, un mocetón de la matrícula de Bermeo, que navegaba por el Cantábrico como patrón de balandros de cabotaje, siempre expuesto á perecer en un día de galerna. A los ocho años de casados, ocurrió la catástrofe.

Un hermano mío tiene la barca más hermosa de toda la matrícula; la bautizamos con el nombre de mi hija: Camila; pero la pintamos de amarillo y blanco, y el día del bautizo se le ocurrió decir a un pillo de la playa que parecía un huevo frito. ¿Querrá usted creerlo? Sólo con este apodo la conocen. Bien le interrumpí ; pero ¿y El Socarrao?

Esta sola diferencia hacía comprender la diversa procedencia de los tripulantes, pues mientras unos eran marineros de pura raza, llevados allí por la matrícula o enganche voluntario, los otros eran gente de leva, casi siempre holgazana, díscola, de perversas costumbres, y mal conocedora del oficio.

Dos veces la había sacado a ella de peligros puerperales una famosa matrona sin matrícula ni Dios que lo fundó: «Di que todo es farsa en este mundo. ¡Cómo decir que estás peor porque se ha procurado distraerte! ¡animal! ¡qué sabrá él lo que es una mujer nerviosa, de imaginación viva!

Desde que se casan, así él como ella, salen de la potestad que tenían y entran en otra. A los secretarios de hombres toca desde entonces el tener en su matrícula al varón, y los de mujeres a ella. Lo primero a que se le obliga es a formar chacra propia, y si tiene oficio regularmente lo aplican a él, si no sigue las faenas de comunidad en los días que se destinan para ellas.

Palabra del Dia

vorsado

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