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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Yo maldecía mi caridad; la caridad que tan feliz me había hecho, y que tan feliz había hecho a Amparo. Y me decía: «La caridad es una debilidad; la caridad es la manía de los imbéciles; la caridad se vuelve contra quien la practica. ¿Por qué sentí caridad hacia Amparo? Porque era un insensato.»
Pero me gustan tanto los niños, que tengo verdadera manía por ellos, y los ajenos me parece que deberían ser míos... y, créalo usted, no tendría escrúpulo de conciencia en robar uno, si pudiera... Pues yo también, si pudiera... declaró Fortunata, que no quería ser menos que su rival en aquello de la manía materna. ¿Pero es que se le han muerto a usted, o que no los ha tenido?
Los que enferman por trabajar en la mina. ¿Y enferman muchos? Todos dijo el médico que había oído la pregunta . El temblor mercurial ataca a cuantos bajan a la mina. ¿Y por qué bajan? preguntó cándidamente la niña. Por manía repuso el médico sonriendo . Yo creo que vale mucho más respirar el aire fresco, que no el de allá abajo. ¡Claro! Yo sería cualquier cosa antes que minero.
Por último, y para tener siquiera alguna, se decidió a entrar en la Academia de Infantería: a la hora presente era alférez de este cuerpo, de reemplazo, sin vestir jamás el uniforme, que le parecía ridículo, viviendo en la corte como un señorito rico, gozando de todos los placeres y singularmente de los toros, que era su afición predilecta, casi una manía.
La manía de hablar pudo más, al fin, que toda otra consideración juiciosa, y don Ramón explicó que había un ingenioso procedimiento por cuya virtud tenía él y ponía dinero donde le daba la gana. Bastaba para ello que él escribiese en un papelito determinada cantidad, diciendo páguese y firmando.
EL siglo XIX pasó ya, y nos hallamos en el XX, de lo que debemos alegrarnos por haber pasado también la manía, que cundió entre los escritores, por todas partes y durante muchos años, de calificar de fin de siglo las bellaquerías y maldades.
Por muy perfecta casada que hiciese Nucha, su condición y virtudes la llamaban a otro estado más meritorio todavía, más parecido al de los ángeles, en que la mujer conserva como preciado tesoro su virginal limpieza. Sabía Julián por su madre que Nucha manifestaba a veces inclinación a la vida monástica, y daba en la manía de deplorar que no hubiese entrado en un convento.
Había vivido en la perpetua manía ambulatoria de algunos «rotos» chilenos, que llevan de la infancia á la muerte una existencia vagabunda.
La manía de escribir este linaje de obras fué tan lejos, que en Sevilla no hubo poeta que no sacase á las tablas al santo de su devoción. Entre los poetas dramáticos de este tiempo, aparecen ya muchos que fueron después muy famosos en el período siguiente: cuéntanse entre ellos Lope de Vega, Tárrega, Gaspar Aguilar y otros.
Toda la vida había sido, en achaque de mujeres, ardiente, voraz. En vez de corregirse con los años, esta afición fué creciendo hasta dar en una manía repugnante. Era notoria en Madrid. Sabíase que para satisfacerla, después que había llegado a la opulencia, tuvo mil extraños caprichos que pagó con enormes caudales.
Palabra del Dia
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