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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Gabriel estaba enfermo y no debía comprometer su escasa salud con los esfuerzos del trabajo. ¿Qué iba a hacer, tosiendo y ahogándose a cada instante, en aquella tarea pesadísima de transportar maderos y acoplarlos? El enfermo le tranquilizó. Ya sabía él lo que eran los trabajos en el templo; todo se hacía con parsimonia, sin premuras de tiempo.
El famoso Manos Duras vivía al borde de la altiplanicie, del lado de la Pampa, viendo enfrente el límite de la Patagonia, y á sus pies la amplia y tortuosa cortadura del río y un extremo de la estancia de Rojas. Su casa, hecha de adobes, tenía alrededor otras construcciones aún más míseras y unos corrales de viejos maderos hincados en el suelo, que sólo de tarde en tarde guardaban algún animal.
Dice todas las cosas con un arranque ... por ejemplo, aquello de ¡al que quiera hierro, hierro! y aquello de ¡no buscan los tiranos su apoyo en la vara de la justicia; búscanle en los maderos del cadalso, en el hombro deshonrado del verdugo! Si le digo á usted que es un....
Llegó un día en que sólo se alcanzaban a ver las zapatas de los maderos que sostenían el techo del corredor, y al fin la masa constructiva lo tapó todo, no quedando fuera más que las chimeneas, y aun para columbrar estas era preciso tomar la visual desde muy lejos. Al Norte había un terreno mal sembrado de cebada.
Dos de éstos le unían al muelle, atados á dos troncos de pino que hacían oficio de pilotes. Gillespie, para no perder tiempo desenredando los nudos hechos por la marinería enana, tiró simplemente de estos cables, enormes para los habitantes del país, pero menos gruesos que su dedo meñique, arrancando los dos maderos de la tierra en que estaban clavados.
Un verdadero bosque de maderos formaba el andamiaje del Monumento; la riqueza del cardenal había hecho un despilfarro de solidez y suntuosidad, y para armar el sagrado catafalco se necesitaban muchos días y no pocos obreros. Gabriel se avistó con don Antolín, pidiéndole un sitio en la obra.
Pero se lo daba el corazón; lo había observado, sin fijarse en la observación: a Mesía le gustaba entrar en la casa de la Rinconada. Solía llevarle al despacho, a su museo como él decía; allí le explicaba el mecanismo de aquellos intrincados maderos y resortes y, convencido de la ignorancia de su amigo, le engañaba sin conciencia.
De allí tomó nuestra zagala algunos maderos, los juntó adecuadamente sobre el lar, puso entre ellos algunas ramas de árgoma y encendiendo un misto les dió fuego. Brotó la llama con fuerza: pronto se extinguió cuando el árgoma quedó consumida.
Nada más extraño durante la noche que ver el espectáculo de esos grandes monstruos tendidos y reflejando luz por los rayos de la luna. Una mañana, todos los maderos bajados del monte, se han agrupado sobre la piedra del desfiladero, al lado de la barricada que contiene las aguas del lago, y sobre la cual cae el agua sobrante en débil cascada.
Más de media hora ardió con toda su fuerza el informe montón de leños ennegrecidos, que al carbonizarse se cubrían de rojas escamas. Algunos maderos estaban erizados de innumerables y pequeñas llamas, como si fuesen cañerías de gas. La muchedumbre se alejaba, con la esperanza de ver algo en las otras fallas.
Palabra del Dia
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