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Actualizado: 12 de junio de 2025
La señora del lugareño manifestó deseos de besar la mano del Provisor, pero la mirada del marido la contuvo otra vez, y no hizo más que doblar las rodillas como si fuera a caerse. El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar.
¿Por qué? les preguntó Traga-santos sorprendido é indignado, tanto más, cuanto que entonces reparó que cada lugareño tenía una piedra en la mano. La culpa tiene ¡voto á bríos! el que se fía...
Don Luis apelaba a otro género de humildad cristiana para justificar a sus ojos lo que ya no quería llamar caída, sino cambio. Se confesaba indigno de ser sacerdote, y se allanaba a ser lego, casado, vulgar, un buen lugareño cualquiera, cuidando de las viñas y los olivos, criando a sus hijos, pues ya los deseaba, y siendo modelo de maridos al lado de su Pepita.
Manejaba bien la espada y la pistola, y don Paco no sabía de esgrima y jamás había tomado una pistola en la mano; pero bien podía don Paco, como lugareño que era y nada acostumbrado a perfiles y a ceremonias, perder un día la cabeza y rompérsela a él, porque tenía la mano pesada y manejaba bien el garrote, de lo cual, aunque pacífico, había dado ya diversas pruebas, además de la que salió tan cara a Antoñuelo.
Mientras se hablaba de lo mucho bueno que había en la catedral y el lugareño se pasmaba y su señora repetía aquellas admiraciones, Obdulia se miraba como podía, en las altas cornucopias. El Magistral se despidió. No podía acompañar a aquellas señoras, lo sentía mucho... pero le esperaba la obligación... el coro. Todos se inclinaron.
El maestro Raimundico sabía vivir y vivía con todo el boato y la pompa que conviene a un señor lugareño.
Puedes venderlo, si quieres, o puedes conservarlo para guardar la casa. Es un animal fiel. Te servirá de gran consuelo. 15 El lugareño se murió. La mujer quería obedecer a su marido. Una mañana cogió el caballo y el perro y los llevó a la feria. ¿Cuánto quiere Vd. por ese caballo? preguntó un hombre. 20 Quiero vender el caballo y el perro juntos, respondió la mujer.
De que Mercurio y Argos tengan el carácter heroico y grandioso que su naturaleza sobrehumana y poética debiera infundirles, no se ha cuidado el artista en lo más mínimo: antes al contrario, parece que ha puesto empeño en rebajarles, no sólo a la condición de simples mortales, sino de hombres bajos y ordinarios; el guardián del vellocino de oro, tiene trazas y se ha dormido en postura propia del más zafio lugareño; el mensajero de los dioses viene a robarle sin gallardía, como un rateruelo vulgar.
Palabra del Dia
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