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Actualizado: 4 de junio de 2025
Su madre, que lloraba en silencio, la reconvino en voz baja, casi suplicante. Entonces se alzó la voz grave del señor Molina. Está demás llorar ahora, dijo lacónicamente. Había venido con sus hijas. Como la noche antes oyeran dialogar a su padre sobre la desgracia del inesperado casamiento, más que nunca les hacía Adriana la impresión de una rara.
Y se echó a llorar de nuevo. ¡Llorar en presencia de sus domésticos! ¿Es posible que un sablazo modifique en tales términos las costumbres de un hombre? Seguramente era preciso que el arma del buen Ayvaz, al cortar el canal nasal, hubiese conmovido el saco lagrimal y los tubérculos mismos.
Eran dos valentisimos tercetos Los espaldares de la izquierda y diestra, Para dar boga larga muy perfetos. Hecha ser la crugia se me muestra De una luenga y tristisima elegia, Que no en cantar, sino en llorar es diestra. Por esta entiendo yo que se diria Lo que suele decirse á un desdichado, Quando lo pasa mal, pasó crugia.
Faltóme el valor... ¡Qué vergüenza!... Metí el rostro entre las manos y rompí á llorar como un niño. Noté que ya no andaba, y sin verla sentí que su mirada se posaba sobre mí más dulce y compasiva.
La más suculenta gelatina se le acedaba, irritábanle los mariscos, la carne asada le daba náuseas, lo caliente le producía frío, con lo helado sudaba, las trufas le enfurecían, el rico Borgoña se le antojaba brebaje despreciable y la manzanilla le daba ganas de llorar; púsose al fin más triste que San Juan cuando descubrió la estrella del ajenjo que vertía hiel sobre la tierra.
Les bastará volverte á ver. Lo que más daño les ha hecho no es creerte culpable, sino saber que eras desgraciado. Dime cuál ha sido su existencia desde hace dos años. La de dos reclusas voluntarias. Han huído del mundo á quien acusaban de tu pérdida, y se han confinado en su casa para llorar á sus anchas. Todo lo que no fueses tú era extraño para ellas.
MANRIQUE. ¡A mataros! ¿Y por qué? ¡Porque sois mi madre, y yo soy la causa de vuestra muerte! ¡Madre mía, perdón! AZUCENA. No temas. ¿A qué llorar por mí?
Pon, ¡oh miserable y endurecido animal!, pon, digo, esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparados a rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo a hilo y madeja a madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas.
Me eché entonces a correr, y como al llegar no encontré a nadie en los fondos de la casa, me dirigí donde la sociedad estaba reunida. La niña, cuya atención no era ya distraída por el brillo de las luces y las caras sonrientes de las damas, se puso a llorar y a llamar «ma-ma», bien que se prendiera siempre de Marner, que parecía haberse captado por completo su confianza.
A los pocos días Masicas estaba pálida, como quien no duerme, y con los ojos colorados, como de mucho llorar. «Y dime, Loppi», le decía una tarde, con un pañuelo de encaje en la mano: «¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo donde mirarme, ni una vecina que me pueda ver, ni más casa que este casuco?
Palabra del Dia
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