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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Se temía el encuentro de barcos piratas, y los negreros, que eran muchos en aquellas costas, huían de todo buque, temiendo encontrar en cada uno un crucero inglés. Llegábamos a la costa de Angola; allí había agentes de todas las nacionalidades, sobre todo americanos y portugueses. Estos se metían entre los reyezuelos y jefes de tribu y hacían negocio.

Al caer la tarde volvíamos a paso corto por los caminos pedregosos enclavados entre los campos recientemente labrados cuya tierra era negruzca. Las alondras volaban al nivel del suelo huyendo con un postrer estremecimiento de día sobre las alas. Así llegábamos a las viñas y nos abandonaba el aire salado de la costa. Del fondo de la llanura se elevaba un hálito más tibio.

Un músico poeta elogió en unos versos juveniles su pobre risa, su risa extraña e inconsciente, la loca risa de Elena. Y ella, encantada con la ofrenda lírica y galante, reía siempre que llegábamos a su lado; soltaba la cascada de su risa metálica, vibradora, epiléptica, cuyas últimas perlas parecían sollozos estrangulados. Su fisonomía moral parecía cristalizada y sin jugosidad ninguna.

A mi amo y a los que le seguían nos tocó formar en las filas del regimiento de Farnesio, mientras que los lanceros de Sevilla fueron casi todos incorporados al regimiento de España. El día 13 nos separamos de nuestros compañeros y tomamos el camino, mejor dicho, las veredas y trochas que conducen a Menjíbar. No llegábamos a seis mil; pero éramos buena gente, aunque me esté mal el decirlo.

Eran las seis de la mañana cuando llegábamos á Loja, después de haber cortado las primeras gargantas suaves ó inflexiones de la Sierra-Nevada. Excepto en Suiza, no he visto nada mas pintoresco, en clase de pequeños paisajes de encantadora frescura, que el cuadro que rodea á Loja.

Después de este bello rasgo, la señora de Laroque, evidentemente muy contenta de misma, volvió á caer en éxtasis sonriendo, y la señorita Margarita continuó de nuevo manejando el abanico con más gravedad. Una hora después llegábamos al término de nuestro viaje.

Entonces comprendí por qué mi viejo compañero nos conducía tan aprisa a la arboleda. A pesar de esto palpitábame el corazón, especialmente al acordarme de mis pobres amigos. De repente, cuando llegábamos al lindero, echaron al galope detrás de nosotros a los perros...

Daban los nueve y la noche estaba profundamente oscura cuando llegábamos á la pequeña villa de Woerth, todavía distante una hora de la hacienda del Sr. B , y nos fué forzoso detenernos. Confieso que no lo sentí mucho, porque tuvimos ocasion de observar algunas escenas curiosas que nos dieron una ligera idea de algunas de las costumbres de las poblaciones semi-judáicas que habitan el canton.

Pues, señor, nos poníamos los tres al anochecer de los domingos del verano, después de nuestra partida de jito, á la puerta del balcón, y dale que le das á los instrumentos, llegábamos á reunir en la calle una romería.

Cuarenta minutos despues llegábamos á la eminencia de Staffel, especie de introduccion á la superior llamada Kulm.

Palabra del Dia

ancona

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