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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Algunas veces encontraba a Chinto, que se ofrecía a darle la mano para pasar el mal paso, y su ademán compasivo la encendía en ira. ¡Ser compadecida por semejante bestia! ¡A esto llegábamos después de tanto sueño, de tanta aspiración hacia la vida fácil y brillante, hacia la dicha!
Contestóme que con mucho placer satisfaría mi curiosidad, pues no había nada en su vida que debiera ocultarse; y que por el contrario, justamente para deshacer en mi ánimo la prevención desfavorable que pudiera haberme producido el saber que era español, pues conocía bastantemente nuestras preocupaciones a ese respecto, se alegraba de poder referirme en los primeros instantes de nuestro conocimiento algo de su vida, mientras llegábamos al pueblecillo, que ya estaba próximo.
Salíamos quince o veinte amigos, muchachos alegres todos, y de un galope llegábamos a las chacras de los Olivos y de otro a las barrancas de San Isidro. ¡Cómo hemos cambiado, Julio! ¡Qué fácil y qué llana era entonces la vida, qué gratos recuerdos me traen ese río azulado y tranquilo y esas barrancas siempre verdes y risueñas!
Divulgóse la nueva de lo acaecido por los lugares comarcanos, y cuando a ellos llegábamos, no era menester sermón ni ir a la iglesia, que a la posada la venían a tomar como si fueran peras que se dieran de balde. De manera que en diez o doce lugares de aquellos alderredores donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin predicar sermón.
Susana decía que los hombres eran unos papanatas, y yo comparto las opiniones de Susana. ¡Oh, oh! dijo el comandante, mirándome con un aire tan bondadoso, que tuve miedo de estallar en sollozos; ¡tanta misantropía en tanta juventud! No contesté nada, y como en aquel momento llegábamos a una espaciosa terraza, me escapé de su brazo y corrí a esconderme tras una enorme arcada.
Palabra del Dia
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