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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Pudiera traer muchos ejemplos en confirmación de esto, pero por no causar fastidio á los lectores, me contentaré con referir uno sólo.
En una situación semejante, aunque no enteramente igual, se hallaba, á mi juicio, el que se propusiera escribir la historia del teatro español; sin duda existían otros trabajos anteriores, no como sucedía con la historia literaria de Persia, pero tampoco había obra alguna en que se hubiese tratado de esta materia hasta apurarla; no podía suponer en los lectores un conocimiento general de los dramáticos españoles, ni era dable tampoco aludir sólo á las obras originales, para que los lectores completasen su estudio, siendo tan raros los libros antiguos españoles.
El oficio en el día parece también haber perdido algunas de sus ventajas. Por nuestros escritos conocerán nuestros lectores que no debemos alcanzar esos tiempos bienaventurados. Pero ¿quién no es hijo de alguien en el mundo? ¿Quién no ha tenido padres que se lo cuenten? Entonces, en el teatro se escuchaban pocas silbas, y el ilustrado público, menos descontentadizo, era a la par más indulgente.
Con el breve monólogo de don Silvestre al encontrar el nombre de su amigo en la Gaceta, tienen los lectores lo suficiente para saber quién era y de dónde venía el personaje de Madrid; me dispenso, en obsequio á la brevedad, aunque hollando la costumbre, el relato de su historia desde que le perdió de vista el solariego hasta que le volvió á encontrar.
Le roman d'un jeune pauvre, cuya versión castiza ofrecemos en este volumen á los lectores de la Biblioteca, apareció en París en 1857.
Nuestros lectores habrán supuesto seguramente que los viajeros de que hablo son Luisa y el estudiante de Rodhese. Con el dinero que ella sacó de la casa paterna, vivieron un mes, al cabo del cual el estudiante la manifestó que iba á su casa, con el fin de reconciliarse con su familia, y volver á Paris, ya para unirse á ella, ya para proseguir sus estudios.
Tal es, lectores, la escena de ese calvario durísimo, de ese triunfo inane y filante, de esa victoria aniquiladora y cruel como una derrota, por la que suspiran tantos autores y en la que sólo hay la desilusión de un gran dolor: «el dolor de estrenar...»
Y me encontró sobre él la justicia. ¡Ah! dijo el duque de Lerma comprendiéndolo todo, porque como saben nuestros lectores estaba en el secreto ; ¿y os prendió el alcalde de casa y corte Ruy Pérez Sarmiento? ¡Cómo, señor, sabéis!... Sí, el licenciado Sarmiento me ha hablado de una prisión. Pero si os prendieron, ¿cómo estáis en libertad? Bajo fianza de un tal Gabriel Cornejo... ¿Y qué queréis?
De lo expuesto se deduce que la duquesa de Gandía vivía soñando. Y como la vida es sueño, vivía. Para algo hemos presentado á nuestros lectores esta señora. Ella va á servirnos de medio para empezar á conocer de una manera gráfica, por decirlo así, á uno de los más importantes personajes de nuestro drama.
Tal vez en lo futuro lo haga así, sin obstinarse en producir extraordinarios efectos contristando más de lo justo el ánimo de sus lectores. Muchísimo, en mi sentir, ganará con esto el Sr. Ortiz de Pinedo.
Palabra del Dia
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