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Dioses y diosas: la JUSTICIA los cree iguales; doblad, pues, la frente, y demos á HOMERO la trompa, á VIRGILIO la lira y á CERVANTES el lauro; mientras que la FAMA publicará por el mundo la sentencia del DESTINO, y el cantor APOLO entonará un himno al nuevo astro, que desde hoy brillará en el cielo de la gloria y ocupará un asiento en el templo de la inmortalidad.

Es MEDINILLA, el que la vez primera Cantó el romance de la tumba escura, Entre cipreses puestos en hilera. Este, que en verdes años se apresura Y corre al sacro lauro, es DON FERNANDO BERMUDEZ, donde vive la cordura. Este es aquel poeta memorando, Que mostró de su ingenio la agudeza En las selvas de Erifile cantando.

Como una chispa de la luz divina Se brillar en la region andina La estrella matinal; Y una mano invisible, misteriosa, Levanta de la noche silenciosa El fúnebre cendal. Y descubre un cadáver coronado, De lágrimas y espinas incrustado Su lauro triunfador: Y en su presencia el ángel del aurora Levanta con su voz consoladora El himno del dolor.

¡Corred! que sacra llama del genio el lauro coronar espera, esparciendo la Fama con trompa pregonera el nombre del mortal por la ancha esfera. ¡Día, día felice, Filipinas gentil, para tu suelo! Al Potente bendice, que con amante anhelo la ventura te envía y el consuelo. Piden que pulse la lira tiempo callada y rota: ¡Si ya no arranco una nota ni mi musa ya me inspira!

Al dejar para siempre las playas de la Grecia, yo le impongo por todo castigo, que coloque ese lauro militar sobre las sienes de la poesía, para que otra vez se mida un poco, antes de calificar de estéril á la que tantos hechos gloriosos, tantas acciones generosas, tantas ideas sublimes y tantos sentimientos nobles ha sabido producir.

Permite que adorne un lauro Mi cadáver macilento, Y que no muera mi acento Cual voz en la soledad! ¡Pero ya es tarde! la mano Que marca la última hora, Se levanta aterradora Y vuelca el reló fatal; Y las cuerdas de mi lira, Como nervios doloridos Producen tristes sonidos Una á una al reventar.

Hecho pues el sinpar recebimiento, Do se halló DON LUIS DE BARAHONA, Llevado alli por su merecimiento. Del siempre verde lauro una corona Le ofrece Apolo en su intencion, y un vaso Del agua de Castalia y de Elicona. Y luego vuelve el magestoso paso, Y el esquadron pensado y de repente Le sigue por las faldas del Parnaso.

Con la sonrisa en el labio Y con la miel en el alma Un dia tuve de calma Al presentir la amistad. Falsedad! Sus manos estaban frias, Yertas quedaron las mias Y volví á la soledad. Culto á la patria rendí, Y por conquistar un nombre Que lustre diese á mi nombre Combatí por su pendon. Ilusion! Alcancé lauro bastardo, Y una corona de cardo Fué todo mi galardon. Azoten mi sien tus alas!

Si inextinto el sedimento doloroso de la brega engañosos espejismos simulando dulce entrega fingen, alma, a tu miseria formular consolaciones, 15 rinde el plácido reclamo de sagrada tregua, el triste cavilar en la tragedia de tus lágrimas, y asiste con tu lauro al homenaje de exaltar consagraciones.

Por este solo rasgo serian acreedores nuestros poetas á la corona cívica, aun cuando no fuesen dignos de ceñir sus sienes con el lauro literario de los grandes génios. En la antigua Roma, el despotismo de Augusto tuvo por auxiliares la musa de Horacio, de Virgilio y de Ovidio; y la bárbara tiranía de Neron tuvo por aduladores á Séneca y á Lucano, notables poetas de la decadencia latina.