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Sin embargo de que no soy francés, haria cualquiera sacrificio á trueque de lograr que este pueblo no digiriera alegremente, que este pueblo no hallara goces al presenciar que un hombre se agacha, se pone en cuatro piés y ladra como un perro. ¡Contradicion inconcebible!

La niña, anegada en lágrimas, cae entre su madre y un viejo achacoso que va a tomar las aguas: la bella casada entre una actriz que va a las provincias, y que lleva sobre las rodillas una gran caja de cartón con sus preciosidades de reina y princesa, y una vieja monstruosa que lleva encima un perro faldero, que ladra y muerde por el pronto como si viese el aguador, y que hará probablemente algunas otras gracias por el camino.

Gregoria, me atormentas la cabeza, ¡por favor! Pero la señora ya se había disparado. Armó una de gritos y amenazas, que Esteven, aturdido, metió la cabeza bajo las mantas. , tápate los oídos, que me has de oír. Sulfurado, por fin, el marido la llamó vieja por tres veces, como quien tira una piedra a un perro que ladra; y esto no hizo sino aumentar la exasperación de misia Gregoria.

Si alguien desea haceros una oferta igual a vuestra estimación, que lo haga. Yo estoy por la paz y la tranquilidad, eso es. , eso es lo que desea todo, perro que ladra así que se le amenaza con el palo dijo el herrador . Pero yo no tengo miedo ni de un hombre ni de un fantasma, y estoy pronto a apostar lealmente. Yo no soy un gozquijo que dispara.

No se mide la dicha por la yunta como la tierra; se mide , con la resignación que Dios ha dado al pobre como al ricoOtra vez encuentro el retrato de mi madre a los treinta y ocho años; helo aquí: Es de noche; las puertas de la casita de campo están cerradas. Un perro ladra de cuando en cuando.

Haz cuenta que de sus manos En el olvido cayeron. Volveréme habiendo visto Las damas y caballeros, La iglesia, el palacio, el parque, Los edificios, y pienso Que traeré de allá mal gusto Para vivir entre tejos, Robles y encinas, adonde Canta el ave y ladra el perro. No, Nuño, no aciertas bien.

A pesar de estas fierezas, la coja la llevaba por delante con la misma calma con que se conduce a un perro que ladra mucho, pero que se sabe no ha de morder. A mitad de la escalera se volvió la harpía, y mirando con inflamados ojos a las monjas que en el corredor quedaban, les decía en un grito estridente: «¡Ladronas, más que ladronas!... ¡Grandísimas púas!...».