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Actualizado: 21 de julio de 2025


Tenía el autor entonces treinta y seis años; estaba en toda la plenitud de su actividad mental y en todo el hervor de su juventud, y de allí tal vez el cariño con que ha trazado la figura de Máximo Odiot, ese perfecto gentilhombre, cautivador en su brillante pobreza.

Se había mantenido soltera, abominando del mundo después de ciertos desengaños de su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la acometividad de su carácter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y altiva los había dedicado a la política y la religión. «Por Dios y por el Rey», le había oído decir Febrer al visitarla siendo muchacho.

Ella, pues, ya por estar en la flor de su edad y en lo mejor de la juventud, ya por las sugestiones del demonio, se rindió, finalmente, á sus apetitos, viviendo peor que antes: porque es ordinario que sea más malo quien abandona la fe que quien jamás la ha profesado.

Tenía veintisiete años, la juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando... y no había gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de comedias, novelas y hasta de la historia. El amor es lo único que vale la pena de vivir, había ella oído y leído muchas veces. Pero ¿qué amor? ¿dónde estaba ese amor?

Su adolescencia y los días que llevaba de juventud se habían deslizado serenos en el seno del hogar, estudiando y coleccionando mariposas. Conocía la vida por los libros.

Valentina me esperaba y busqué a Valentina en el pueblo del colegio. Llevaba el espíritu enfermo y agitado bajo la influencia de los tormentos por que había atravesado y la realidad de un sueño de juventud iba a darme la eterna felicidad. Llegué y busqué la casa de Valentina. Ya no habitaba su familia en ella. Averigüé y la encontré al fin.

Eran dos niñas preciosas, de hermosura delicada y frágil, de esa que luce en la juventud con la belleza enfermiza de una flor de estufa, y luego se disipa en el primer año de matrimonio; rubias, delgadas, quebradizas, porcelanescas. Sus ojos claros lucían demasiado grandes en la delgadez linda y afilada de sus caritas de cera.

Con la juventud primera viene la completa independencia y la desocupación. Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues que su educación está ya terminada.

Ni el nombre siquiera iba á sobrevivir de la mayor parte de estos hombres vigorosos desaparecidos en plena juventud.

Que una corona del laurel sagrado Su frente polvorosa orne y circunde, Y empuñando su hierro ensangrentado, La juventud que á combatir se apresta Muestre la enseña de la patria enhiesta. El funeral del martir generoso Le corresponde al pueblo redimido, Cuando libre del yugo vergonzoso La pira encienda en el altar ungido, Y cuando puedan respirar sus almas Y sus manos alzar cívicas palmas.

Palabra del Dia

malignas

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