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Actualizado: 15 de julio de 2025


Al cabo el viajero llega delante de la colosal ruina del Castillo, enjambre de muros admirables, casi todos sin techumbre, de torres de diversas formas y estilos, de arcos, columnas, restos de estatuas y esculturas primorosas, curiosidades artísticas é históricas, patios diferentes, puentes destrozados, sótanos profundos, balcones y terrazas y laberintos de construcciones de todo género, abrumados por la exuberante vegetacion de árboles gigantescos, coronados de flotantes pabellones de yedra que parecen como la verde mortaja echada por la naturaleza sobre las maravillas del arte para impedir que el tiempo las devore y pulverice.... Donde quiera se ven asomar por entre el follaje de los árboles cien cabezas de mármol, esculturas ó construcciones atrevidas, y admirables relieves y frescos bajo las manchas de la hiedra invasora, como si quisiesen protestar contra el olvido, en nombre de los artistas que grabaron el sello de su inspiracion en cada baldosa, cada estatua, cada piedra y cada monumento de ese enjambre de monumentos que se llama el Castillo.

Difícil sería hacer un verdadero estudio de la raza mahometana de Filipinas. Constituída por la mezcla constante entre la raza árabe invasora y las diferentes tribus del país, su constitución es un conjunto abigarrado, en el que han desaparecido casi por completo los caracteres etnológicos de los primeros invasores. El idioma se encuentra en caso análogo.

La Madrid pudo disponer de un armamento que pasaba para Salta; pero por delicadeza, por no agravar más los cargos que contra él pesaban, se contentó con tomar 50 fusiles y otros tantos sables, suficientes, según él, para acabar con la fuerza invasora. Es el general La Madrid uno de esos tipos naturales del suelo argentino.

La fisonomía tenía grandes pretensiones a la formalidad; pero yo no qué diablos había en aquella cara de luna llena, que me hacía verla en menguante, a pesar de su redondez. Las piernas eran diminutas, pero morrudas, el pie pequeño pero ancho; la cara completamente afeitada y una nariz invasora que hacía contraste con el recogimiento desdeñoso de la del señor flaco que se sentaba a su lado.

Mi mujer se habia quedado algo detrás, mientras que una ramera que estaba de acecho en la calle de Montmorency se dirigió hácia como una exhalacion, volcánicamente, y me dijo con la mayor dulzura: voulez-vous venir avec moi? ¿Quiere usted venirse conmigo? Mi mujer asomaba en este instante. Yo contesté á mi invasora: parlez avec madame s'il vous plaît.

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