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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Era la hora del ocaso y los rayos del sol que se ponía hacían más intensa la roja vestidura del prócer. Al principio el regreso del Conde fué escasamente comentado en la Ciudad, porque había casi, desaparecido su memoria.

De repente, y al desembocar de un pequeño cañón que formaban dos colinas, el pueblecillo se apareció a nuestra vista, como una faja de rojas estrellas en medio de la obscuridad, y el viento de invierno pareció suavizarse para traernos en sus alas el vago aroma de los huertos, el rumor de las gentes y el simpático ladrido de los perros, ladrido que siempre escucha el caminante durante la noche con intensa alegría.

Porque la gravedad misma de los sucesos, había en cierto modo anulado su sensibilidad, tal como ocurre cuando atraviesa por el organismo vivo una corriente eléctrica que por demasiado intensa los nervios no la sienten pasar. En el almuerzo, apenas comió. En seguida suplicó que la dejaran sola, declarando que no había dormido en toda la noche anterior y necesitaba descansar.

Cuando el presidente dio la orden de hacerla pasar, hubo un prolongado rumor en el auditorio, al cual siguió silencio sepulcral. Todos los ojos estaban vueltos hacia la puerta con expresión de intensa curiosidad. Pareció, al fin, la hija de Osuna. Vestía con modestia y elegancia al mismo tiempo.

Con ese mirar vago y distraído que es, en los momentos de intensa amargura, como un giro angustioso del alma sobre misma, veía pasar por una y otra banda del jardín gentes presurosas o indolentes. Unos llevaban un duro, otros iban a buscarlo.

Esa tranquilidad, ese sosiego inmenso que se expandía sobre todo, esa inalterable calma de la atmósfera, esas luces inmóviles y esas grandes sombras, producían en uno la impresión de una pausa en el movimiento vertiginoso de siglos, de una espera intensa, de un momento de reflexión, o más bien quizá, una mirada de melancolía hacia el lejano pasado, cuando los astros, seres humanos, razas y religiones no existían.

Esto despertó en su pecho un odio, que le costaba trabajo disimular. Les clavó una mirada intensa y colérica: avanzó hasta el medio de la estancia y dijo con voz un poco alterada: Alcázar, le necesitamos para bailar. ¿Está usted muy cansado? ¡Oh, no! se apresuró a decir el joven levantándose . ¿Con quién quiere usted que baile? No respondió.

Celinina tuvo por breve rato un alivio tan patente, que todos concibieron esperanzas, y lleno de alegría, dijo el padre: «Voy al punto á buscar esoPero como cae rápidamente un ave herida al remontar el vuelo á lo más alto, así cayó Celinina en las honduras de una fiebre muy intensa.

Entonces la Luna mantiene a los mares en una perturbación continua dijo Cornelio. Así es; pero no sólo la atracción de la Luna produce las mareas; pues el Sol también tiene su parte en ellas. ¿A pesar de lo lejos que está de nosotros? preguntó Cornelio. ; pero la atracción del Sol es menos intensa que la de la Luna, a causa, sin duda, de la enorme distancia que de él nos separa.

Pasada la excitación del peligro, y al apreciar fríamente la gravedad de éste, sintió una cólera vengativa, más intensa que la que le había impulsado hacia la puerta en la noche anterior.

Palabra del Dia

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