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Actualizado: 16 de junio de 2025
Siempre que Jaramillo se lanzaba a nadar, Morales, por un recuerdo de su antigua amistad, le hacía la misma recomendación: ¡Cuidado con «el Tatita»! El otro se alejaba, braceando alegremente, hacia el centro del río, en busca de las aguas profundas. ¡El cuidado que podía inspirarle un yacaré más viejo que las Américas!...
Sus esfuerzos por despertar la conciencia de la moribunda, por conmover su corazón e inspirarle mejores sentimientos, me parecían a la vez crueles y patéticos. ¿Para qué perturbar a aquella miserable bestia humana en su lucha suprema contra la disgregación? ¿Para qué exponerse a hacerla ver el negro abismo en el que estaba ya medio caída? Me aproximé a Elena y traté de llevármela.
Si la apuraban un poco era capaz de pregonar su falta en Altavilla cuando hubiese más gente. El conde se sentía cada vez más desligado de esta mujer, que turbaba todas sus ideas morales, teológicas y sociales. Llegaba a inspirarle miedo.
Sería mi deseo poder añadir que consiguió que se convirtiera y que lo hizo abandonar su ídolo de porcelana; pero estoy contando una historia verdad. La niña se contentaba con inspirarle su cristiana bondad, sin dejarle ver que estaba ya convertido.
El estudio se titula Fe altruista, y procura demostrar que la capital misión de la mujer es la de revelar al hombre sus altos destinos, alentarle en la lucha e inspirarle el brío y la confianza que son menester para alcanzarlos.
Ella les quería entrañablemente, y gracias a esto, iba creciendo el vivo aprecio que el muñeco había llegado a inspirarle... Deseaba que el tal viviese y tuviera salud; la esposa fiel seguiría a su lado, haciendo su papel con aquella destreza que le habían dado tantos años de hipocresía.
El último y maternal servicio que la buena señora le prestara, había puesto el sello al cariño que, con su conducta prudente y afectuosa, había sabido inspirarle. El duque de Tornos se volvió a Madrid, poco después de la desgracia sobrevenida a sus amigos.
No había escrito a su ex-querida, aunque todos los días pensaba hacerlo, para darle cuenta de su resolución. Tanto era el temor que la valenciana había llegado a inspirarle, que la pluma caía de sus manos cada vez que la tomaba para noticiarle su matrimonio.
No obstante, cuando pensaba en ella sentía repentino desasosiego, alterábanse sus nervios, y se ponía a dar vueltas por la estancia con visible agitación. Un vago y triste presentimiento le oprimía el corazón. El amor frenético que consiguió inspirarle Fernanda le había hecho olvidarse un poco de Josefina.
En aquel salón, único en Buenos Aires, Fernanda jugaba su baccarat con don Benito y dos o tres amigos más, las noches vacantes de teatros y bailes; el señor Penseroso hacía su propaganda evangélica, y Blanca en un rincón de la sala enloquecía a mi tío, contándole la gran pasión que había sabido inspirarle entre cien hombres de mérito a quienes había desairado por él.
Palabra del Dia
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