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En esta situación, sin verdadero entusiasmo, porque reacción tan disparatada no puede inspirarle, no es extraño que los jesuítas modernos tengan todas las flaquezas y pequeñeces é incurran en cuantos vicios y pecados el autor anónimo les imputa en su iracunda y despiadada sátira.

Desde el momento en que se demostraba que era una muchacha vulgar, falsa y vanidosa, el ídolo caía de su pedestal y dejaba de inspirarle amor y respeto. Sobre este tema se extendió muchísimo, acentuando cada vez más el tono digno y resuelto con que había comenzado. Yo procuré afirmarle en su determinación, hallando muy cuerdo todo lo que decía.

Ella, más cauta en el hablar que en el mirar, ya bajaba los ojos y se esquivaba sin responder, ya respondía con desvío, si bien templado y dulcificado por el respeto y por la afectuosa consideración que personaje de tantas campanillas no podía menos de inspirarle. Tampoco atinaba Juanita a disimular el contento consolador que tamaña lisonja y tales halagos ponían en su pecho.

Entre tanto, acercábase el día designado para llevar el basilisco a las Micaelas. Nicolás Rubín había hablado al capellán, su compañero de Seminario, el cual habló a la Superiora, que era una dama ilustre, amiga íntima y pariente lejana de Guillermina Pacheco. Acordada la admisión en los términos que marca el reglamento de la casa, sólo se esperaba para realizarla a que pasasen los días de Semana Santa. El Jueves salieron Maxi y su amiga a andar algunas estaciones, y el Viernes muy tempranito fueron a la Cara de Dios, dándose después un largo paseo por San Bernardino. Fortunata estaba, con la religión, como chiquillo con zapatos nuevos, y quería que su amante le explicase lo que significan el Jueves Santo y las Tinieblas, el Cirio Pascual y demás símbolos. Maxi salía del paso con dificultad, y allá se las arreglaba de cualquier modo, poniendo a los huecos de su ignorancia los remiendos de su inventiva. La religión que él sentía en aquella crisis de su alma era demasiado alta y no podía inspirarle verdadero interés por ningún culto; pero bien se le alcanzaba que la inteligencia de Fortunata no podía remontarse más arriba del punto a donde alcanzan las torres de las iglesias católicas.

Si no lo ponía en práctica, como en casos semejantes había hecho, no era por falta de voluntad, sino por el temorcillo que la navaja de la chula había logrado inspirarle. No obstante, después de la escena escandalosa del teatro, la separación quedó resuelta en principio.