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Actualizado: 19 de junio de 2025
Los que asimismo dan razon de los renegados cristianos que habitan en el Chaco, Luis Ramon y Juan Antonio, pampas de la reduccion del Rio Cuarto que residen en Tenel, Lepian y Llanquelemus. Es lo que se ha podido adquirir de los referidos indios, y aunque he procurado inquirir con preguntas y repreguntas, no se ha podido conseguir mas individual noticia.
Lo que no acertaban a determinar por su ignorancia del tamaño de la tierra era si habían llegado o habían pasado ya bajo el semicírculo imaginario que, completando el semicírculo que pasa por Lisboa y toca en los polos del mundo, le divide en dos partes iguales. Si esto hubiesen sabido, hubieran sabido también lo que por experiencia trataban de inquirir: la forma y el tamaño de nuestro planeta.
Ellos, vestido el severo y antipático frac, pugnaban por llegar hasta alguna de las que más efecto causaban, para hacer en el corro gala de su ingenio, mirando casi con descaro a las casadas, requebrando con prevención a las viudas, y tratando de inquirir el dote de las solteras.
«Los marinos» le respondían al punto. Quiénes, de los conocidos en el pueblo, no había para qué inquirir. ¿Qué más daba? Todos eran lo mismo.... Por aquel entonces se habló mucho en Santander de la Berrona, que salía todas las noches, á las altas horas, no se sabía de dónde, y recorría varias calles determinadas.
El dinero le había dado como una tercera juventud. Juventud sin excusa, cuyas locuras frías y sin alegría no podían interesar a nadie. Vivía fuera de su casa y la solicitud discreta de su esposa no llegaba hasta inquirir sus acciones. Trataba de distraerse, según decía, de los disgustos domésticos. El oro de su hija resbalaba entre sus dedos y Dios sabe a qué manos iba a parar.
Poca cosa: curarle una herida, bastante grave. ¿Aquella cicatriz que tiene que le cruza la mandíbula? Justamente. ¿Es usted médico? De afición.... Y por casualidad. Calló Artegui, y no osó inquirir más Lucía. El calor iba en aumento, más pegajoso cada vez. Parecía el día de otoño sofocante jornada estival, y el polvillo del carbón, disuelto en la candente atmósfera, ahogaba.
¡Ah, señor!... ¡Pobre señor! De todos los atentados de la invasión, el más inaudito para la pobre mujer era contemplar al dueño refugiado en su vivienda. ¡Qué va á ser de nosotros! gemía. Su marido era llamado con frecuencia por los invasores. Los asistentes de Su Excelencia, instalados en los sótanos del castillo, lo reclamaban para inquirir el paradero de las cosas que no podían encontrar.
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Bueno, le replicaron. ¿Entonces... por qué se ha separado de la casa de usted? Castro no respondió, hizo un gesto, y después de un rato de silencio murmuró: ¡No me convenía tenerle en casa!... Todos callaron, y nadie se atrevió a inquirir el motivo de mi separación.
Ramiro aprovechó para inquirir si la arte notoria era contraria a la Santa Iglesia de Cristo. ¿La habéis ensayado alguna vez, hijo mío? preguntó melífluamente el Canónigo. El mancebo tardó en contestar. Inesperado calofrío le corrió del rostro a las manos. Las pupilas del confesor se clavaron fijamente en las suyas.
Palabra del Dia
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