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Actualizado: 17 de junio de 2025


La siesta estaba por terminarse. Algunos bultos daban signos indudables de despertar. Dos alguaciles caminaban al sol.

Esa convención fue solemnemente desaprobada en Bogotá; pero Colombia, comprendiendo, a mi juicio bien, sus conveniencias, tira son épingle du jeu, y dejó frente a frente a la Inglaterra y a la Unión, manifestando, por lo demás, merced a la voz de su prensa y a la palabra de sus oradores en el Congreso, sus simpatías indudables por la garantía unida, propuesta por la Inglaterra.

Si hay, pues, cierto número de ellas, cuya fecha puede conocerse, existen también otras que no se encuentran en este caso, si consultamos los datos externos; pero que, sin embargo, suministran otras señales indudables, y más que ninguna otra la del estilo, para inducirnos á afirmar si corresponden á los años primeros, á los intermedios, ó á los últimos de la vida del poeta.

Para él, á quien habían fascinado las coincidencias casuales del relato de Gabriel Cornejo, con la carta de palalacio y con las impacientes preguntas de su sobrino postizo acerca de la reina, era indudable que Juan había tenido un buen tropiezo; que, en fin, la reina le amaba ó le deseaba... pero todo esto se hacía duramente inverosímil al cocinero mayor, porque, en efecto, lo era; y sin embargo, creía tener pruebas indudables: aquella carta que había venido á sus manos por conducto de una dueña de palacio y con todas las señales de provenir de la reina; las medias palabras de su sobrino; el aspecto extraño, la sobreexcitación que en él había notado, todo contribuía á hacerle creer lo que no quería creer, porque lo que repugna fuertemente á la razón, lo rechaza enérgicamente la voluntad.

Entre su deseo y su esperanza surgía el recuerdo de las últimas frases que Cristeta le dijo en el antepalco. Las recordaba claras, indudables, palabra por palabra, sílaba por sílaba. «... No me hagas ser mala... ¡No quiero!... Vete... ¡Nunca

Su alegría en el coche cuando almorzaban, y ella le limpiaba el pescado de espinas; la escena de la barca, en que le vio melancólico, a punto de llorar al escucharla; la turbación que se apoderó de él en el tren cuando le invitó a descalzarla; finalmente, aquel beso de amor en los labios que le impresionó hasta hacerle perder el sentido, le parecían a la luz de los recuerdos otros tantos signos indudables del sentimiento que embargaba el pecho de su confesor.

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