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Actualizado: 26 de octubre de 2025


¿Qué tenía el príncipe para contrabalancear las sacudidas del destino?... Nada. Seguía viviendo como en los años de paz, pensando únicamente en él. Era todavía como habían sido los demás hombres antes de que la guerra los sacase de su individualismo egoísta, haciendo reflorecer las virtudes de la solidaridad y el sacrificio.

A pesar de mi radical individualismo, he tratado de demostrar y creo haber demostrado que, hasta después de llegar á la deliciosa anarquía, término ideal de la perfección humana, conviene que persista algo á modo de gobierno, el cual dirija y ordene las manifestaciones ó epifanías del Genio colectivo: que persistan un ministerio del culto y otro del teatro y demás ceremonias, pompas y fiestas nacionales profanas.

Esta prenda especial de nuestro autor resplandece, sobre todo, en los dos dramas suyos titulados El príncipe Don Carlos y La mayor hazaña de Carlos V, dos grandiosos y verdaderos cuadros históricos, de los más nobles y dignos. En el primero, con rasgos escasos y decisivos, se diseñan con el más vivo individualismo los caracteres de Felipe II y del príncipe Don Carlos.

Ve su forzoso término en el imperio de un individualismo mediocre. «Quien dice democracia agrega el sagaz autor de Andrés Cornelis , dice desenvolvimiento progresivo de las tendencias individuales y disminución de la cultura». Hay en la cuestión que plantean estos juicios severos un interés vivísimo para los que amamos al mismo tiempo por convencimiento, la obra de la Revolución, que en nuestra América se enlaza además con las glorias de su Génesis; y por instinto, la posibilidad de una noble y selecta vida espiritual que en ningún caso haya de ver sacrificada su serenidad augusta a los caprichos de la multitud.

Es de un individualismo rabioso: le place más rascar sus liendres al sol en medio del arroyo, que aprisionarse en el régimen un poco frío de las Casas de Caridad, donde, además, tienen que aguantar la férula religiosa. Al rancho metódico prefieren la guiropa en la alegría de las solanas, de sabrosa y picara parla con sus hermanos de cofradía.

Así, sin contradicción con mi individualismo, afirmo yo que el teatro normal ó modelo, debe hoy, con más razón que dentro de ciento cuarenta y seis siglos, cuando la humanidad colectiva nazca, ser sostenido por el Estado. Que le sostengan uno ó varios particulares ricos es menos plausible, menos posible y menos decoroso.

Ostutzale Erantzale Nescatzale Zu cerá. Tellagorri, al oir la canción, fruncía el entrecejo y se ponía serio. Tellagorri era un individualista convencido, tenía el individualismo del vasco reforzado y calafateado por el individualismo de los Tellagorris. Cada cual que conserve lo que tenga y que robe lo que pueda decía.

Ahora bien; cuando sin gobierno material, sino ya sólo con una sombra de gobierno ó con gobierno-espíritu, requiere la misma esencia de nuestro ser colectivo humano que haya un teatro que el Estado sostenga, no veo yo contradicción, á pesar de todo mi individualismo, en que, en esta época atrasadísima en que vivimos, haya también un teatro que el Estado sostenga y que sea el teatro normal ó modelo.

Y en realidad se nota la doble coincidencia de que las primeras obran colectivamente en lo politico y social bajo el principio de autoridad, en tanto que las germánicas tienen tendencias de fuerte individualismo, según el principio de libertad, que se acomoda muy bien á los sistemas protestantes.

Palabra del Dia

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