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Todo quería abarcarlo, cielo y tierra, presente y pasado, buscando con perseverante tenacidad las causas de las cosas, o el origen de las ideas, lo mismo en los tomos amarillentos y apergaminados de los siglos muertos, que en los volúmenes modernos, húmedos todavía, con su olor a tinta de imprenta y sus cubiertas de colores.

Iluminóse la fachada de la imprenta con farolillos venecianos. Las bellas y regocijadas artesanas de Sarrió, cogieron, como siempre, la ocasión por los pelos para bailar habaneras y mazurcas sobre los duros guijarros de la calle.

El día de la fuga, Angustias dijo a Belarmino y Xuantipa que cenaría con la solterona y se quedaría en su casa a dormir, como otras noches. A la mañana siguiente, el Padre Alesón, sin saber cómo ni de dónde, recibía un anónimo, escrito en caracteres que simulaban letra de imprenta.

Señores dijo doña Flora la libertad de la imprenta es cosa que ha de darnos muchas jaquecas. ¿No han visto ustedes cómo se atreve <i>El Revisor Político</i> a ocuparse de mis tertulias, y de si van o no van a ellas filósofos y jacobinos? ¿Pues acaso entra en mi casa persona que no sea digna del mayor respeto?

El corazón cerrado a la piedad... ¡Si basta entrar allí para convencerse!... Estampas de reos liberales en las paredes, periódicos perversos de los que venden por las calles, comedias o noveluchas que lleva ese Millán de la imprenta y que permitís leer a Leocadia, libros malos... y en toda la casa no hay una imagen de la Virgen ni una cruz de palo... Yo no mando... Pues es necesario que mande Vd.

¡Cómo la piedra nos enseña tambien! ¡Qué historia más grande es la arquitectura! El libro puede escribirse de dos modos, en papel y en mármol. La imprenta existió siempre: antes se llamó Fidias; luego se llamó Guttemberg.

Nos reímos en casa un poco de estos elogios y comencé a publicar mi diario en El Correo de Lúzaro y a pagar periódicamente las facturas de la imprenta. Estuve ausente de Lúzaro una semana para llevar mi segundo hijo al colegio, y al volver de mi viaje me encontré con que El Correo había pasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yo consideraba más interesante.

Cuando estuvo la imprenta, modestísima por cierto, en disposición de funcionar, celebraron el indispensable banquete. En él se convino en denominar al nuevo órgano El Joven Sarriense. A los postres se brindó con entusiasmo por su prosperidad y por la destrucción de sus viles enemigos.

Había entre los cajistas de la imprenta uno casado dos años antes con una muchacha llamada Engracia, sastra, muy guapa, modosa, de dulce condición y digna de mejor trato que el que le daba su marido.

Todas las que desde hacía años dirigía al Progreso de Lancia y a otros periódicos de la capital de la provincia, iban escritas en el mismo papel por las dos caras. Aun no sabía que para la imprenta debía escribirse por una solamente. Pero muy pronto adquirió este precioso conocimiento, como hemos de ver.