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Actualizado: 19 de junio de 2025


Pero ¿cómo se explicaba su conducta? ¿Por qué no escribirle durante el viaje ni presentarse a la vuelta? ¿Acaso imaginaría el muy necio que esquivando la ocasión quitaba el peligro? Ofuscada por la vanidad, se acostumbró insensiblemente a la creencia de que la habían amado dos hombres, Gabriel y Julián: el muerto y el vivo.

A la caída de este gobierno, el 6 de noviembre de 1865, el populacho saqueó varias de las oficinas de palacio, y desapareció la bandera, que acaso fué despedazada por algún rabioso que se imaginaría ver en ella un comprobante de las calumnias que, por entonces, inventó el espíritu de partido para derrocar al presidente Pezet, vencedor en los campos de Junín y Ayacucho, y a quien acusaban sus enemigos políticos de connivencias criminales con España, para someter nuevamente el país al yugo de la antigua metrópoli.

Los jueves reuníanse los hombres en el mercado de bestias, junto a la Puerta de Toledo. Los que no tenían ganado también iban allá, con la esperanza de que cayese algo, empuñando una gran vara, como si tuviesen que arrear a una recua imaginaria. Al primer paleto que se pusiera a tiro le daban un emburreo, un correate, nombres con que designaban las malas artes del «trato».

Todos los vagos ensueños de amor, todas las palabras dulces, todos los regalos del alma se ofrecieron de repente a su fantasía, no ya cifrados en un ser ideal y aéreo, creación imaginaria, sino aplicados y consagrados al amor de una persona real y llena de vida, cuyas excelentes prendas se complacía en reconocer y cuyo afecto hacia ella adulaba su orgullo.

Cualquiera imaginaría al escucharle que estaba pronunciando un discurso en algún club democrático, y no administrando una soberana paliza. Así terminó aquella refriega.

Así como la extension del espacio no habria menester de otra extension, del mismo modo la extension de los cuerpos no necesitará el espacio: no hay ninguna diferencia entre los dos casos; luego la necesidad de un lugar para toda extension, es una cosa imaginaria que la razon contradice.

Habrá familias que vivan á la francesa, ó fuera de la ley de Dios, y con las cuales no recen, por consiguiente, estas bases. ¡Prescindamos de semejantes excepciones! La norma es la que digo. Y aun hay más. En cambio, la mujer, dentro de la casa, á puerta cerrada, trabaja cuanto humanamente puede, á veces más de lo que nadie imaginaría, atendida la posición social de la señora.

El entusiasmo bélico se apoderaba de él: no podía limitarse a citar fechas, nombres y hechos: era necesario hacer funcionar la caballería, la infantería y la artillería. Abandonaba su cátedra, se ponía en medio de la clase, señalaba el enemigo al frente, e inflando la boca, hacía tronar los cañones sobre la línea imaginaria del ejército contrario.

Simón se me parece y usted lo ve mucho mejor que nadie, pues ha hecho todo lo posible para evitar que nos viésemos... Temía usted que esta semejanza, pues no es imaginaria, me saltase a los ojos y confirmase mis sospechas... Simón nada tiene de aquél cuyo nombre lleva, mientras que todos sus rasgos recuerdan los míos cuando yo tenía su edad... Otras personas lo han observado igualmente y me lo han hecho ver... Yo le suplico, señora, que me diga toda la verdad.

Toda sensacion no es mas que un fenómeno, un hecho particular, contingente; incapaz por lo mismo de producir las ideas generales, las ideas de las relaciones necesarias de los seres. La vista, ó la representacion imaginaria de un triángulo, es un fenómeno contingente, que nada nos dice sobre las relaciones necesarias de los lados y de los ángulos entre .

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