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Cuando madama de Récamier vio venir las canas y las arrugas, decía a una de sus amigas: ¡Ah! querida mía, ya no me hago ninguna ilusión; desde el día en que los pequeños deshollinadores no se volvían en la calle para mirarme, comprendí que todo había concluido.

Todo el sistema del universo se reducirá á un conjunto de seres que nos causan diferentes impresiones; pero quitada la extension ya no nos formamos idea del cuerpo, ya no sabemos si todo lo que hemos pensado sobre el mundo es algo mas que una pura ilusion.

Tuvo mamá en un tiempo la ilusión ¡qué tontería!, de casarme con él. Yo tenía dieciocho años, él treinta y pico. ¿Te vas enterando? Fortunata atendía con toda su alma. «¿Quieres que te hable con franqueza?

Su bondad natural había sobrevivido a la época depresiva de sus crueles deseos, y el elogio que Nancy hacía de su marido no reposaba del todo en una ilusión voluntaria. He tenido razón se decía cuando rememoraba todas las escenas de discusión , comprendo que tuve razón en responderle que no, bien que eso me fuera lo más penoso; pero, ¡qué bien se ha comportado Godfrey a este respecto!

Tanta actividad, tanta charla, tanto proyecto de escuelas, de penitenciarías, de sistemas teóricos, prácticos, mixtos, sencillos y complejos, celulares y panoscópicos, docentes y correccionales, fueron cayendo en el olvido, como los juguetes del niño, abandonados y rotos ante la ilusión del juguete nuevo.

Pero hay sobre todo un salón vastísimo, imitando la naturaleza de la India, que produce la mas viva ilusión. Arroyos, fuentes, pequeñas cascadas, peñascos sombríos y musgosos, todo está preparado allí con cuidadosa imitacion, poblado el escenario de las plantas especiales y mas interesantes.

Creía estar soñando. «¿Es realidad? ¿Es ilusióndecía para . «Si no fuera por el testimonio irrecusable de ese par de botas, tan mías y tan ajenas a como las excrecencias callosas de mis pies; si no fuera por ese hecho flagrante que me pone en contacto con la realidad objetiva, creería que lo visto y oído eran entelequias de mi razón adormecida y ofuscada.

Y como encontrara mujeres bonitas, solas, en parejas o en grupos, bien con toquilla a la cabeza o con manto, gozaba mucho en afirmarse a mismo que aquellas eran honradas, y en seguirlas hasta ver a dónde iban. «¡Una honrada! ¡Que me quiera una honrada!». Tal era su ilusión... Pero no había que pensar en tal cosa.

Esta faz de ilusión y de encantamiento se prolongó para Juana, desde la magnificencia del canastillo hasta los dulces esplendores del matrimonio religioso.

Siles no era un escritor extraordinario, pero pocos hombres tenían más jugoso temperamento ni más riqueza de ilusión que este pobre cantor errabundo que ha caído para siempre, sin dinero y sin gloria, y al que las gacetas sólo han dedicado un pequeño lingote de prosa vulgar.