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Un tono bajo, reposado y muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto, que con muy buen continente ponía, cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos.

Virgilio era su mayor adoración: lo recordaba con más frecuencia que a los Padres de la Iglesia; todo lo había dicho y adivinado. Anécdotas modernas se las atribuía al poeta, como si con esto las diese nuevo valor.

En el ensanche, erguía sus torres de un gótico ridículo la iglesia de los jesuítas, con su residencia anexa; y en torno de ella se alineaban con rigidez geométrica, los hoteles y caserones de los nuevos capitalistas, enriquecidos fabulosamente por las minas de la noche á la mañana. Aresti pasó el puente, siempre tembloroso bajo el paso de los tranvías y las carretas, y entró en el Arenal.

Y el rostro de la anciana sonreía con expresión de dichosa ingenuidad senil. Tomaron una casa muy linda, continuó en la calle de la Piedad, junto a la iglesia. ¿Viven ustedes siempre allí? ¡Oh, no señora! Nos mudamos. Yo apenas me acuerdo. La echaron abajo hace tiempo, abuelita dijo Zoraida. Ahora viven en la calle Cerrito, a pocas cuadras de aquí.

El vítor sordo que estalló en la estancia vecina hízoles comprender al lectoral y a Ramiro que los conjurados eran numerosos. Bien puesto, bien puesto, señor don Enrique exclamaron algunos. Que se fije mañana mismo en los muros de la Iglesia Mayor y en los portales del Mercado.

Las moradas mismas tenían semblante monástico. Vivíase en ellas una existencia de silencio, de sombra. Un farolillo alumbraba continuamente en sus zaguanes obscuros alguna imagen de Nuestra Señora, como en la portería de los beaterios, y las celosías diseminaban en el ambiente perfumes de iglesia.

El hijo predilecto de la Iglesia, sonriente y ruborizado, sacó del bolsillo del gabán un librito de cubierta elegantemente impresa a dos tintas, lo abrió por la primera página, donde aparecía el retrato de la santa duquesa de Turingia grabado en madera, y lo entregó abierto a la señá Rafaela.

La iglesia del Redentor, situada del otro lado del canal de Giudecca, de la Judea, es soberbia como todas, y ántes de que se me olvide, séame permitido referir ligeramente una escena que me conmovió al ir á visitar la iglesia. Era el 18 de junio si no me equivoco: habia procesion en el barrio de los pescadores, San Nicolas.

Supo acompañarla de algunas reflexiones consoladoras y elocuentes, sirviéndole siempre de tema la fraternidad humana y la caridad, y se alejó del presbiterio, dejando conmovidos a sus oyentes. El pueblo salió de la iglesia, y un gran número de personas se dirigió a la casa del alcalde. Yo me dirigí también allá con el cura.

Si bien no estaba dotado de una mirada filosófica precisa y penetrante, si no era capaz de esos aletazos del espíritu que sacuden la telaraña de la rutina, su concepto teologal tenía la solidez de un peñasco. ¿Quiénes eran los constructores de la doctrina que él profesaba? Aristóteles, los Padres de la Iglesia Latina, Santo Tomás.