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Actualizado: 20 de junio de 2025


La vida en plena Naturaleza, la piratería en la selva, le daban, cuando permanecía silencioso, una tosquedad huraña, semejante a la del árbol o el pedrusco.

Haré lo que pueda por aliviarla. Y Dios se lo pagará a usted; mañana por la mañana iremos a verla. Hoy está usted cansado de su paseo. No le arriendo la ganancia dijo Momo refunfuñando . Muchacha más soberbia... No tiene nada de eso repuso la abuela ; es un poco arisca, un poco huraña... ¡Ya se ve!

Aquel amor, tan nuevo para él, causábale una exaltación sombría y huraña, con lo que parecía divertirse la señora de Maurescamp. El señor de Maurescamp continuaba no viendo nada. Sin embargo, por una u otra razón, parecía preocupado, menos expansivo, menos bullicioso y preponderante que de costumbre, y hasta triste. Su fisonomía encendida, poníase pálida y desencajada.

Gabriel dijo el maestro una tarde , usted que es tan observador y sabe tanto, ¿no se ha fijado en que España es triste y no tiene el «dulce sentimentalismo» de la verdadera poesía...? No es melancólica, es triste, con su tristeza huraña y brutal. O ríe a carcajadas o llora rugiendo; no tiene la sonrisa suave, la alegría inteligente que distingue al hombre de la bestia.

Llamé, y se presentó la muchacha rubia, ¡mi prima! Tenía los cabellos despeinados por el viento, la ropa mojada por la lluvia; en sus ojos se leía una decisión huraña y melancólica, que me sorprendió. Ven, Mary dijo el viejo capitán . Da la mano a este caballero. Es primo hermano tuyo. Será para ti un amigo, un defensor cuando yo falte. La muchacha sollozó al oír esto.

La primera vez... ¡bien sabes cuando fué! La última, cuando la llevaste contigo á la casa del severo y anciano Gobernador. Y cuando abogaste tan valerosamente en favor de ella y mío, respondió la madre. Lo recuerdo perfectamente, y también deberá recordarlo Perla. ¡No temas nada! Al principio podrá parecerte singular y hasta huraña, pero pronto aprenderá á amarte.

Y así, desde hacía horas, vagaba bajo la lluvia. El reloj tocó las tres; en ese momento entró él, chorreando agua, con la mirada empañada, los cabellos mojados, pegados en desorden en su frente. Debía haber sufrido horriblemente. Quise acercarme a él, quise decirle una palabra de consuelo, pero no me atreví. La mirada huraña y sombría que me lanzó, me decía con bastante claridad: «¿Qué quieres?

Su mujer odiaba los viajes: su hija no conocía mundo mejor que el de sus amigas de Bilbao, y tras cortas estancias en Londres, volvía presurosa á su país, donde era la primera, guardando una instintiva aversión á las grandes ciudades de gente huraña y atareada, entre la cual, ella y su padre pasaban inadvertidos. El millonario era el esclavo de su propia obra.

Palabra del Dia

rigoleto

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