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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Había en sus grandes ojos azules algo que recordaba el cielo, algo a la vez triste y sereno, candoroso y profundo, que comunicaba a todo su ser cierto poderoso y triste encanto, semejante al que infunde en el alma la inocente sonrisa de un niño huérfano. Acogióla la madre con sus más suaves mimitos y díjole al oído, abrazándola, que le traía una noticia muy buena, muy alegre, muy grande...
Mi padre no se explica que pueda haber alguien desocupado: hay que perdonarle esta preocupación, de la que yo participo, porque siempre ha dado el ejemplo de una incesante labor y de la mayor actividad. Usted sabe sin duda que, siendo huérfano y sin recursos, edificó con sus propias manos e hizo prosperar la casa que representa hoy nuestra fortuna.
Encomiéndote también fervientemente al glorioso San Julián, patrón de los viajeros. Sea tu vida cristiana y feliz. Penosa fué la despedida de aquellos dos hombres, el uno animado por el cariño paternal que profesaba al huérfano y el otro por su gratitud infinita hacia el bondadoso protector de toda su vida.
Miguel reconocía que era verdad; confesaba que hasta entonces no había amado; era huérfano de padres y de amor, y ofrecía algunas de sus extravagancias morbosas a la generala, como rasgos de una naturaleza superior. Lisonjeado en su amor propio, embriagado por las miradas de la hermosa, en aquel momento creía cuanto afirmaba, juzgándose un ser extraño y digno de admiración.
Los pájaros, siempre curiosos, sólo pudieron saber que la maestra era huérfana; que salió de la casa de su tío para ir a California en busca de salud e independencia; que Sandy era huérfano también; que llegó a California en busca de aventuras, que había llevado una vida de agitación desordenada, y que trataba de reformarse, y otros detalles que desde el punto de vista de aquellos alados seres sin duda debían de parecerles estúpidos y de poca miga.
Huérfano de madre á los tres años de edad, había sido criado y mimado por una tía solterona, que vivía en la casa, y á quien llamaban la chacha Victoria. Tenía además otra tía, que si bien no vivía con la familia, sino en casa aparte, había también permanecido soltera y competía en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llamábase esta otra tía la chacha Ramoncica.
El sacerdote corrió hacia él; pero ya estaba muerto, herido por una bala en la sien. Esa noche la aldea era nuestra, y al siguiente día se depositó en el cementerio de Villersexel el cuerpo del doctor Reynaud. Dos meses después, el abate Constantín traía a Longueval los restos de su amigo, y detrás del ataúd, a la salida de la iglesia, caminaba un huérfano. Juan había perdido también a su madre.
Pero su exquisita delicadeza le prohibía ese inconsciente egoísmo, y si no le hablaba de su padre, al que, según ella, no había conocido, en cambio entretenía piadosamente la memoria de su madre en el corazón del huérfano.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, paresciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano.
Carlos Raynal, huérfano desde la cuna, no recordaba más parientes que aquella tía Liette que le había recogido antes de que su boquita sonrosada hubiese balbucido el nombre de «mamá» cuya dulzura no debía jamás saborear.
Palabra del Dia
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