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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Después de haberlo desdeñado, atribuía a ese amor un precio inestimable. ¡Era justo!... Nada de esto decía a Florencia: las veces que venía a verla, me pasaba los días temblando de descubrir que, así como había dejado de ser mía en el alma, se hubiera entregado ya a usted.

Y usted, pisoteando el honor y la ley de Dios, se ha prendado de cualquier pelagatos... ya se ve: su pasado licencioso le envenena el alma, y la purificación fue una pamema. ¡No haber visto esto, Señor, no haberlo visto!

Añádese, que entre los Escritores crédulos suele suceder, que unos afirman lo que leyeron en otros sin haberlo exâminado, estos lo que vieron en aquellos, y así acontece, que uno solo inventó una cosa, y son diez mil los que la apoyan, sin otro fundamento que verla escrita los unos en los otros.

Dicha expedicion era á costo; y costas del referido Cornejo, por haberlo así prometido al Soberano, salvo á mi su Capellan, que venia sin pré alguno. Salimos, pues, del astillero citado, á medio acabar el barco, y caminando por dicho Rio de Ledesma, por espacio de treinta dias, avanzamos tan solo tres leguas de camino por lo pobre de sus aguas, é igual pobreza de peones.

Señor Virey sobre el particular, y significádole, que sin embargo de haber insistido los Comandantes y particulares en que para el efecto se hiciese acuerdo el dia de ayer, habia podido suspenderlo hasta hoy; que S. E. le habia prevenido pasase á verle el caballero Síndico para tratar sobre la materia; y este espresó haberlo realizado y propuesto á S. E. se le pediría permiso por el Exmo.

Comenzó a susurrarse que el fallo del tribunal así lo declararía. Dos días antes de que se publicase, la Amparo abandonó el palacio de Requena después de haberlo puesto a saco. Se llevó multitud de objetos de gran valor. Su hacienda ascendía ya a una porción de millones. En previsión de lo que podía suceder la había sacado del Banco de España y la tenía en valores extranjeros.

Y no faltaba quien añadiese, jurando haberlo visto, que sólo con acercar la uña, cuando estaba él bien cargado y saturado de electricidad, encendía un candil o disparaba un cañoncito muy cuco que se usaba para esta experiencia.

Hubo un momento de terror indecible, como debió de haberlo en el templo de Jerusalén, y toda aquella profusión de lujo y de poder quedó destruida y condenada, fantásticamente, en silencio, sin voces, sin gritos, sin dolor físico, sin que lo advirtieran los sentidos. No fue la destrucción en la realidad tangible de las cosas, sino en la íntima realidad de las conciencias.

Le dio la mano y se despidió. No hizo caso de la juiciosa advertencia. Pocos días después aparecía en El Independiente el primer artículo de la serie de tres que dedicaba al estudio de la obra poética de Rojas. Aunque hizo lo posible por moderarse y de buena fe pensó haberlo logrado, el estudio resultó un ataque violento que dejó estupefacto al mundo literario.

Dios que le llevaba á aquellas horas para su castigo, al infame; ¡pero Dios mío! ¡haberlo yo matado sin saberlo!... Si os quejáis de vuestra mujer dijo gravemente Cristóbal Cuero tenéis que fundar la razón de vuestra queja; si la acusáis de amores con don Juan de Guzmán, os acusáis del homicidio. ¡Y es verdad! exclamó en una nueva salida de tono Montiño.

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