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Actualizado: 4 de junio de 2025


Sobre la urna echaron tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le daba vuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo.

Todo Troya está en los muros, el padre mesándose con las dos manos la barba; la madre con los brazos tendidos, llorando y suplicando. Se para Héctor, y le habla a Aquiles antes de pelear, para que no se lleve su cuerpo muerto si lo vence. Aquiles quiere el cuerpo de Héctor, para quemarlo en los funerales de su amigo Patroclo. Pelean.

Razonte sale en busca de Angélica; abrázala tiernamente tras tan larga ausencia; declárale las palabras del oráculo, y acuerdan ambos que Razonte finja creer en la metempsícosis y pasar por un héroe de la antigüedad. Entran en la habitación de los padres de Angélica. BEATRIZ. ¿Qué veo? ¿Razonte? ¿No os he dicho millares de veces, que renunciéis para siempre á mi hija? Sólo Héctor será su marido.

Aquél es el Conde de Alba de Liste, con el Marqués de Tabara y el Conde de Puñonrostro. Y tras ellos, el Duque de Nochera, Héctor napolitano y gobernador hoy de Aragón. En ese coche que se sigue viene el Conde de Coruña, Mendoza y Hurtado de las Nueve Musas, honra de los consonantes castellanos, en compañía del Conde de la Puebla de Montalbán, Pacheco y Girón.

Los años transcurridos en esta ciudad, su segunda patria, fueron para él venturosos y fecundos en obras de su ingenio. Su vida fué, no obstante, agitada, habiendo residido algún tiempo en París, en donde tuvo la fortuna de tratar personalmente á varias celebridades literarias y artísticas, especialmente á Víctor Hugo, al pintor Delacroix y al compositor Héctor Berlioz.

Pero Mercurio le dijo que no debía dormir entre los enemigos, y se lo llevó otra vez a Troya sin que los vieran los griegos. Y hubo paz doce días, para que los troyanos le hicieran el funeral a Héctor.

Por otra parte, hacía mucho tiempo que Blanca había ganado todos los corazones, y aunque su repentina metamorfosis hacía murmurar un poco, las frases eran menos malévolas de lo que puede esperarse generalmente de nuestra pobre naturaleza humana. ¡Bah! Yo había sospechado algo sólo por ver la manera que tenía don Héctor de comérsela con los ojos. Nadie mira de ese modo a su sobrina.

Héctor va de una puerta a otra, como león que tiene hambre. Levanta una piedra de punta que dos hombres no podían levantar, echa abajo la puerta mayor, y corre por sobre los muertos a asaltar los barcos.

Pero, desgraciadamente, los anteojos no bastaban para su seguridad, y aquella misma mañana había habido una explicación bastante viva entre la señora de Candore y su hermano a propósito de la institutriz. Te aseguro, querida Hermancia, que no he pensado nunca en hacer la corte a miss Dodson. Calla, calla, Héctor, eres incorregible. Pero... ¿Crees que estoy ciega? Te repito...

Al otro día Héctor y Ajax pelean como jabalíes salvajes hasta que el cielo se oscurece: pelean con piedras cuando ya no tienen lanza ni espada: los heraldos los vienen a separar, y Héctor le regala su espada de puño fino a Ajax, y Ajax le regala a Héctor un cinturón de púrpura.

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