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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Diez meses pasaron de esta manera, Barbarita interrogando a Estupiñá, y este no queriendo o no teniendo qué responder, hasta que allá por Mayo del 70, Juanito empezó a abandonar aquellos mismos hábitos groseros que tanto disgustaban a su madre. Esta, que lo observaba atentísimamente, notó los síntomas del lento y feliz cambio en multitud de accidentes de la vida del joven.
Porque visto y reconocido ya en todas sus fases, a lo ancho, a lo largo y a lo profundo, el terreno en que tenía yo que dar la batalla, pero batalla a muerte, contra los hábitos y refinamientos de mi vida de hombre mundano, comodón, melindroso y «elegante», había para que las carnes me temblaran.
Se fué de la vida en la cumbre de una de esas crisis morales en las que acaso el hombre alcanza mayor lucidez. ¡Quién lo sabe!... Hábitos y extravagancias de los escritores
D : por una parte, su carácter personal era naturalmente obsequioso, ademas de lo que en ello influian los hábitos y la índole de la buena sociedad setentrional de los Estados Unidos; por otra, le movia un sentimiento de gratitud muy singular.
Demuestran la completa revolución, que ha sufrido España en el espacio de medio siglo en sus ideas y en sus hábitos, ofreciéndonos escenas numerosas, opuestas en todo á la manera de pensar, y á los principios que informaban el período anterior.
Pero el coloso no oía sus ruegos ni prestaba atención á las preguntas que iba formulando Flimnap, de acuerdo con sus hábitos de conferencista. Lo que á Gillespie le preocupaba era salir del puerto cuanto antes. Ya tenía fuera del agua la segunda ancla, y empuñó los remos, empezando á bogar de pie y mirando á la proa.
Felicita sabía que algunos hábitos eran preciosos, y aun elegantísimos, si es lícita esta expresión profana. De estos dos puntos, la regla y el hábito, dependía la elección de Felicita. Al entrar en casa de los Neira, extrañó no ver a Belarmino en su cuchitril. ¿Dónde estaba Belarmino?
Solamente Batilo, el melancólico perro, que había perdido los hábitos de su raza y no sabía ni ladrar, estaba paseando su hastío por el comedor, rasguñando de vez en cuando la puerta de un armario, donde probablemente yacían los exiguos despojos de la carne servida en la mesa aquella tarde.
Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro.
Si la escena fuese en Turquía o en Persia, comprendo muy bien que serían entrometidos por demás los extranjeros que se mezclasen en las querellas de los habitantes; entre nosotros, y cuando las cuestiones son de la clase de las que allí se ventilan, hallo muy difícil creer que el mismo M. Guizot conservase cachaza suficiente para no desear siquiera el triunfo de aquella causa que más de acuerdo está con su educación, hábitos e ideas europeas.
Palabra del Dia
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