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Actualizado: 13 de junio de 2025
Precisamente en una de las pocas ocasiones en que la despreocupada joven no estaba atenta a los discursus del banquero, que la divertían sobremanera. Prefería, por el momento, la conversación de Pepe Guzmán, pájaro de mayor cuenta que su amigo Gonzalo. El tal Guzmán, aunque de segunda rama, era también vástago aristocrático: de la ilustre cepa de los Valdejones.
¡Cómo! ¿conoce don Gaspar de Guzmán al que ha dado de estocadas á don Rodrigo? dijo Lerma hablando más bien consigo mismo que con el alguacil.
Un moro, que se halla en la corte, como embajador del Rey de Granada, que se dice médico y astrólogo, profetízale las horribles desdichas que la crueldad de D. Pedro ha de causar á su familia, la muerte de Doña Leonor de Guzmán y del gran Maestre de Santiago, así como la de D. Pedro á manos del mismo D. Enrique.
Sí... sí... averiguad... pero esto es imposible, imposible de todo punto añadió como hablando consigo mismo el confesor del rey ; y sin embargo, las mujeres... Son muy caprichosas, señor; ya veis, mi mujer... ¡Vuestra mujer!... ¡vuestra mujer!... ¿decís que es querida del sargento mayor don Juan de Guzmán? ¡Sí, señor! ¿Cómo ha llegado ese hombre al empleo que tiene?
Las ciencias y las letras florecieron también de tal manera, que llamaron la atención de los extranjeros. El estudio de la literatura y de las lenguas clásicas se cultivó con tanto esmero en España, que, fuera de Italia, ningún otro país ofreció mayor número de distinguidos humanistas. Basta citar los nombres de Arias Barbosa, Núñez de Guzmán, Vives, Olivario, y Juan y Francisco Vergara.
Es verdad. Además, que vos sois preciosa para don Rodrigo; vos habéis abierto la herida y vos la cerraréis. Vamos, pues; no perdamos el tiempo y entre sin que le veamos. ¿Y le podré ver sin ser vista? En esta parte, decuidad. Dorotea se levantó, se arregló el manto y siguió á Guzmán.
El tío Manolillo, sin soltar á doña Ana, dirigió su terrible palabra á don Juan de Guzmán, empuñando aún la daga con que le había herido: Entonces fueron tres, y ahora ha bastado una... es que ahora tengo la mano más segura... ¡asesino de mi hermana Margarita! ¡envenenador de la reina Margarita! ¡verdugo de tu hija! ya no cometerás más crímenes. En efecto, don Juan de Guzmán estaba muerto.
» ¿Esa es tu última palabra? pregunté, por conclusión, a Pepe Guzmán . ¿Te ratificas en ella? ¿Estás bien seguro de que el consejo que me has dado es el que yo debo seguir? » Es mi última palabra me respondió con la mayor entereza ; en ella me ratifico, y estoy seguro de que el consejo que te he dado es el que nos conviene que sigas.
Eso me pasaba a mí: cuanto más me agitaba, más me hundía; cuanto más examinaba la mancha, menor la encontraba. Con el trabajo que empleaba en engrandecerla, acabé por borrarla... Y ¿por qué no? ¿Qué quitaba ni qué ponía en la intensidad de la pasión de Pepe Guzmán, un detalle de más o de menos sobre el modo de legalizarla ante las gentes?
De la intención de lo escrito aquí en determinados pasajes, se desprende con harta facilidad. »Vuelta a enjuiciarse la escena, continuó de este modo Guzmán: » Según me has dicho, es grande el empeño de la marquesa... » Hasta el entusiasmo.
Palabra del Dia
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