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Actualizado: 7 de junio de 2025


Ni yo podía pensar de otra manera: la corrupción de la mujer por medio del oro, me repugnaba: la rechazaban mi corazón y mi dignidad, y como jamás pensamos voluntariamente en lo que nos repugna, ni reparé que en Amparo existían los gérmenes de una gran hermosura, ni me incitó su pureza, ni miré en ella más que un ser débil digno de protección.

La opinión nuestra, indicada antes, de que ya en los ritos de la Iglesia primitiva se hallan los gérmenes del drama posterior, suscita naturalmente esta cuestión: ¿hasta qué punto aparecen esas formas originarias del culto divino, ya mencionadas, en la primitiva Iglesia española?

Esta última observacion merece algunas aclaraciones. Nuestro espíritu posee innumerables gérmenes, pero es preciso que una causa externa los desarrolle. Un hombre enteramente solo desde su niñez, ¿qué seria? poco mas que un bruto: la piedra preciosa estaria cubierta con tierra grosera, que no la dejaria brillar.

Me están volviendo tarumba las emanaciones de esas aves, de esas especias, de esas frutas, de esos licores que parecen, llevar en gérmenes de vida y nos infunden aliento y júbilo. Repara en la incitante belleza do esas mujeres: ¡qué miradas! ¡qué senos! ¡qué admirable configuración la de sus cuerpos! ¡qué encantadora risa en sus labios! Pero ¿no te vuelves loco como yo?

Los nuevos pensamientos no se le acumulaban tanto en la cabeza, porque no era tan reservada conmigo como antes; pero allá le quedaban los gérmenes que los producían, y esto era lo peligroso. »Ángel me ayudaba heroicamente a combatir el mal; pero eran inútiles nuestros esfuerzos.

La pobre no entendía jota del «arte amatorioni era capaz de ver el doble fondo de las acciones humanas. Tenía diez y siete años; el alma, como si no hubiese cumplido los catorce. La ignorancia, la falta de trato y la vida constante de trabajo habían cubierto los gérmenes de delicadeza artística, de admirable penetración que en toda mujer existen, y les habían impedido brotar.

Supo que el mal y el bien no radican uno en la tierra y otro en el cielo, sino que ambos están aquí abajo, dentro de nosotros mismos, en gérmenes dispuestos a brotar y florecer o podrirse, según los instintos, la educación, el tiempo o la voluntad del hombre. Y supo, en cuanto así, que en la tierra hay algo muy parecido a la felicidad: el amor.

Poco importa que estos hechos preexistiesen á la impresion, ó sean resultado de la presencia de la impresion. En el primer caso vemos en el espíritu un depósito de gérmenes, que para desarrollarse, solo necesitaban el calor de la vida; en el segundo, hallamos en el espíritu una fecundidad productiva de esos mismos gérmenes.

De aquí que se cuenten muy pocas epopeyas con esta perfección genuina y legítima. En unas, la rudeza o deformidad del lenguaje afea torpemente la obra, y no permite que su beldad interior se exprese con limpieza y brío. En otras, cuando el pueblo no ha de lograr en lo futuro un alto desarrollo intelectual, tampoco se dan los gérmenes al principio, y de aquí lo vano o rastrero del contenido épico.

La catedral era para Gabriel un gigantesco tumor que hinchaba la epidermis española como rastro de antiguas enfermedades. Nada había que hacer allí. No era un músculo capaz de desarrollo: era un absceso que aguardaba la hora de ser extirpado o de disolverse por los gérmenes mortales que llevaba en su interior.

Palabra del Dia

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