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El verdadero honor del cristiano consiste únicamente en servir a Dios y cumplir sus santos preceptos... Escucha, Ricardo... Cuando te preguntaba si me amabas mucho es porque tenía necesidad de saberlo..., de saberlo con entera y absoluta certeza... Voy a hacerte una confesión, después de la cual, si eres tan virtuoso y tienes tanta fe como puedo exigir de ti, tal vez me ames más... Si tu fe es tibia y vacilante y pagas tributo a las frívolas consideraciones mundanas, seguramente me amarás menos y quizá llegarás a huirme...

Alguna vez contestó ella bajando los ojos. En primer lugar, detesto a los caracteres ligeros, a las gentes frívolas y ociosas; me gustaría, pues, si yo llegase a tomar un segundo marido, que fuese hombre de un espíritu bien cultivado y que se ocupase útilmente en algo; me gustaría que fuese a la vez tierno y fuerte, reservado y digno...

Sr. de Araceli me dijo doña María la juventud es así. Comprendo los celillos de mi hijo. Verdaderamente Inés se alarga demasiado con lord Gray. Aunque le supongo a usted poco aficionado a perder el tiempo conversando con muchachas frívolas, hágame el favor de departir un rato con mi futura nuera. Doña María miró a Inés con enojo, y dirigiéndose luego a lord Gray, le llamó con afectuosa súplica.

Prepárase una magnífica fiesta, á la que acude Crisanto en compañía de frívolas doncellas; pero el mancebo, inspirado por Dios, alcanza con sus fervientes oraciones que sus seductoras se queden profundamente dormidas.

La Revolución triunfó, y a las agitadas emociones del conspirador sucedieron en Jacobo las halagüeñas embriagueces del triunfo, las cínicas rapacidades de pretor romano, las ruidosas apoteosis de arcos de cartón y farolillos de papel a que le llevaban en hombros masas estúpidas arrastradas por su verbosidad, multitudes frívolas, que, por tener algo de mujer, prendábanse de su gallardía y gentileza y se prometían llevarle a defender la soberanía popular en los escaños del Congreso, a él, aristócrata orgulloso, tan sólo de nombre renegado, que se reía de ellos llamándoles paletos, babiecas y burgueses mentecatos, y corría, al separarse de estrechar sus manos, a lavarse y enjabonarse y perfumarse, para echar lejos de aquel insoportable hedor de la canalla...

Además, cuando hay algún motín en las calles por causas frívolas de nuestra vida económica, esa tropa es la que restablece el orden entre silbidos y pedradas, lo que proporciona el resultado saludable de que los hombres sean nuevamente odiados por las mujeres.