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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Señor dijo Van-Horn, acercándose al Capitán, que dirigía miradas feroces sobre los salvajes, esparcidos por la playa . Creo que nada tenemos ya que hacer en esta bahía. ¿Qué quieres decir, Horn? Que lo mejor sería desplegar velas y hacernos a la mar, antes de que los salvajes encuentren el medio de intentar el abordaje del junco. ¿Y pretendes que abandone a los chinos?

Una hora después quedaban completamente solitarios los alrededores de la plaza, confundiéndose ésta en la obscuridad y guardando en sus entrañas las bestias feroces, que, tranquilas en el corral, volvían a reanudar el último sueño de su existencia. A la mañana siguiente, Juan Gallardo se levantó temprano. Había dormido mal, con una inquietud que poblaba su sueño de pesadillas.

Don Luis sortó el novillo por divertirse, sin hacer daño a nadie. Lo demás jué una desgracia. Y por altivez, no decía que era él quien había metido en la cuadra al animal, librando a la pobre gitana de las astas que removían feroces sus ropas.

A unas cien varas del estanque grande se alza el famoso hospicio donde un gobierno atento a las necesidades morales de sus contribuyentes ha colocado media docena de bestias feroces y veinte o treinta micos, con el objeto de recrear y al propio tiempo vigorizar a la guarnición de Madrid.

Todos estos bosques, poblados de una diversidad prodigiosa de plantas casi desconocidas, abrigan tambien en su seno tigres y otros animales feroces. Las orillas del Mamoré presentan á cada paso paisages pintorescos, y á los que la variedad de vegetacion da un aspecto el mas risueño.

Rondas y perros feroces por la noche, y paseo de Bobart con una escopeta al hombro ... Herminia pensó: "No exactamente lo que pasa; no comprendo la razón precisa de los actos de mi tía. Hay algo muy grave y yo corro un peligro." Su imaginación se exaltó y llega á una situación verdaderamente novelesca.

Indudablemente no había sabido expresarse: necesitaba hablar con ella otra vez... Y decidió permanecer en Lourdes. Pasó una noche de tortura en el hotel, escuchando el rebullir del río entre las piedras. El insomnio le tuvo entre sus mandíbulas feroces, royéndolo con un suplicio interminable. Encendió la luz varias veces, pero no pudo leer.

Y Agapo decía que no, que él no sabía nada, no quería saber nada; contrariado, ya no sonreía, arrojando miradas feroces a su alrededor, como si aquel lujo insolente, al despertarse el recuerdo del pasado, insultara su miseria e irritara sus nervios. Se oyeron pasos y voces en la escalera. No huyas, que será alguno de esos fastidiosos que asedian a papá todos los días.

La mala alimentación y las calenturas hacían de ellos feroces espectros enfundados en mortajas de hierro. La desgracia y el ansia de vivir los convertían en seres crueles, sin misericordia. La muerte iba con ellos y para ellos.

«Esos cíclopes...», dice Groussac; «esos feroces calibanes...», escribe Peladan. ¿Tuvo razón el raro Sar al llamar así a estos hombres de la América del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en San Francisco, en Boston, en Washington, en todo el país.

Palabra del Dia

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